SENA: el horno donde Nixon forjó su vida

Nixon Rodríguez Cediel no se hizo pastelero por accidente, ni se convirtió en maestro por azar. Fue el SENA quien lo despertó, lo formó, lo impulsó y lo abrazó. Porque en cada historia de éxito, hay un punto de inflexión, y para Nixon ese punto lleva cinco letras y una misión clara: transformar vidas.

Nació entre montañas, cafetales y el sabor del campo. Hijo de padres que entendieron que los sueños no se heredan, se hornean con esfuerzo. En su infancia no hubo lujos, pero sí valores férreos que marcaron el camino. Desde joven sintió una chispa, una atracción por la cocina, pero fue en el SENA donde esa chispa se convirtió en fuego.

Tenía menos de 20 años cuando llegó por primera vez a las aulas del SENA, lleno de ilusión y con el corazón latiendo como horno recién encendido. Lo que buscaba era simple y ambicioso: una oportunidad. “Si aquí enseñan a transformar vidas con conocimiento, yo quiero ser uno de esos”, pensó. Lo fue… y mucho más.

El SENA no solo le enseñó técnicas culinarias. Le mostró que podía construir un futuro con lo que amaba. Allí se formó como técnico en cocina. Allí, entre clases repetidas y fórmulas ya conocidas, sintió también su primera gran confrontación: la necesidad de ir más allá. Por eso puso en pausa su rol de instructor y voló hasta Argentina para estudiar pastelería profesional en la prestigiosa escuela de Gato Dumas. Volvió transformado. Volvió con la promesa firme de devolver todo lo aprendido.

Desde entonces, su camino ha sido una expansión constante. Tecnólogo en gestión gastronómica, becario en la Universidad José Camilo Cela de Madrid, ingeniero de alimentos, especialista en pedagogía. Pero más allá de los títulos, Nixon ha comprendido que su verdadera vocación es la de sembrar.

Ya son 18 años en el SENA. Primero como aprendiz, luego como instructor, hoy como funcionario. Y cada etapa ha tenido su sabor: unos amargos, otros dulces. Todos necesarios. “Aquí he crecido, he llorado, he triunfado… y sobre todo, he servido”, dice con la voz de quien ha vivido su propósito.

Gracias al SENA ha liderado proyectos de innovación como el primer banco nacional de masa madre con cepas de trigo, arroz y maíz. Ha visto a sus aprendices transformarse en empresarios, en competidores internacionales, en seres humanos con confianza y norte. Y cada historia de éxito, cada mensaje que recibe de quienes hoy brillan, es prueba de que su trabajo ha sido semilla fértil.

“Un aprendiz una vez me dijo: ‘Profe, yo pensé que no servía para nada hasta que usted confió en mí’”, recuerda con emoción. Ese día entendió que su labor no era solo enseñar recetas, sino despertar posibilidades.

El SENA ha sido para Nixon mucho más que una institución. Ha sido casa, familia, identidad y destino. Ha sido el punto de partida y también el motor de regreso. “Disfruto enseñar con el ejemplo, liderar desde la empatía. Espero que esta entidad siga siendo un faro para muchos jóvenes, como lo fue para mí”.

Hoy, cuando el sol aún no se asoma, Nixon ya ha tomado su café con su padre, ha repasado su lista de agradecimientos y se prepara para otro día entre hornos, clases y sueños compartidos. Por la noche, regresa a casa con el corazón lleno y las manos aromadas de masa y gratitud.

Porque más allá de sus logros, que son muchos, Nixon es la prueba viva de que cuando el SENA toca una vida, no solo la forma: la transforma. Y esa transformación, como el buen pan, empieza con calor, paciencia y fe.