Población desnutrida y niños con el cerebro más pequeño el presente y futuro de Santander y Colombia
El futuro del país está comprometido por botar comida a la basura
Si llevamos esta problemática a niveles competitivos en términos de producción, esto supone una pérdida de competitividad y bienestar de enormes proporciones para el país y los trabajadores.
Una crisis invisible se extiende por los hogares colombianos porque 5.129 000 ciudadanos presentan un desarrollo cerebral reducido a causa de la desnutrición crónica desde la gestación y la primera infancia.
Esta cifra equivale a más del 10% de la población nacional, y deja una huella irreversible en la capacidad cognitiva, productiva y económica de millones de familias, a lo largo y ancho del país.
De acuerdo con los últimos diagnósticos, en 2024 se identificaron 24.000 casos de desnutrición aguda infantil, mientras que 392.000 niños menores de cinco años padecen desnutrición crónica en todo el país.
En el departamento de Santander, la situación es aún más dramática: 15.650 menores sufren de desnutrición crónica, lo que representa el 4 % del total nacional de este tipo de malnutrición infantil.
Efectos incalculables
Las consecuencias de estos déficits nutricionales son duras e incalculables. Los estudios demuestran que un niño con desnutrición crónica presenta, en promedio, 14 puntos menos de coeficiente intelectual, reduce en 5.000 horas su escolaridad a lo largo de la vida y pierde hasta un 54% de su capacidad de ingreso en el mercado laboral.
Económicamente, los efectos de la desnutrición crónica no se limitan al plano individual. Un estudio internacional de 2023, que abarcó 90 países, concluyó que Colombia deja de percibir cerca de 4 200 millones de dólares anuales —equivalentes a aproximadamente 16 billones de pesos— debido a la menor productividad de su fuerza laboral afectada por la mala nutrición en la infancia.
En términos de potencial de ingresos, los menores nacidos en contextos de desnutrición apenas alcanzan el 60% de su rendimiento económico posible. Esto profundiza las brechas de desigualdad y complica aún más la recuperación de un país cuya tasa de natalidad se ha reducido a la mitad en los últimos 15 años, según datos del DANE.

Infame desperdicio de comida buena
Colombia desperdicia cada año 9,7 millones de toneladas de alimentos a lo largo de toda la cadena de abastecimiento, la cual empieza en el campo y termina con consumidor final.
Este volumen podría alimentar a 16 millones de personas durante un año completo, llenar 485 000 tractomulas de carga —desde La Guajira hasta Santiago de Chile, sin espacios libres— o garantizar la alimentación de toda la población de Panamá, Uruguay y Luxemburgo con tres comidas diarias durante un año.
El contraste entre desperdicio y hambre es dramático. 19,2 millones de colombianos no consumen frutas, lácteos ni proteínas con regularidad. En Santander, 650.000 personas enfrentan una ingesta insuficiente de alimentos básicos.
Esto se combina con una pobreza monetaria que afecta a 692.000 habitantes de este departamento —sobreviven con menos de 20.000 pesos diarios— y una pobreza monetaria extrema que deja a 124.000 personas con menos de un dólar al día.
Los bancos de alimentos se han convertido en un actor clave de la respuesta social. En 2024, las redes de bancos de alimentos rescataron 38.000 toneladas de excedentes agrícolas y, con recursos privados, adquirieron 9.000 toneladas adicionales y 48.000 toneladas de alimentos fueron redistribuidas a 1,5 millones de personas.

Capacitaciones en procesar alimentos
Para poder llegar a esas cifras, el esfuerzo contó con el respaldo de más de 1.700 empresas y cuatro organizaciones sin ánimo de lucro, que aportaron logística, financiamiento y alianzas estratégicas con el sector académico, el gobierno y las iglesias.
Sólo en frutas y verduras, se rescataron 10.500 toneladas directamente de las fincas, con lo cual se evitó que se perdieran junto a cosechas imperfectas o excedentes de mercado.
Además de la entrega de paquetes alimentarios equilibrados, los bancos de alimentos promueven proyectos sostenibles de unión productiva, que capacitan a comunidades rurales en técnicas agrícolas resilientes, huertas familiares y procesamiento de alimentos.
Estas iniciativas buscan no sólo paliar el hambre a corto plazo, sino generar fuentes de ingreso estables y mejorar la autonomía alimentaria.
Sin embargo, los expertos advierten que las intervenciones tardías tienen un techo de efectividad, porque una vez que un niño supera los cinco años con desnutrición crónica, las neuronas que no se han conectado por falta de nutrientes ya no se recuperan.
Por ello, la prevención durante la gestación y los primeros mil días de vida es fundamental para garantizar el pleno desarrollo cerebral.