Pétalos de San Valentín
Resumen
En un emotivo San Valentín, Lácides reflexiona sobre un amor pasado. A pesar del silencio en el cementerio, las memorias y nostalgia perduran en un ramo de flores mientras se despide de su amada. El amor, así como las rosas, dejó huellas imborrables.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Por: Claudio Valdivieso
Lamento llegar tarde y perdona el tramo de mi ausencia si de pronto demoré en cortar estas flores para estar contigo y abrigarte con mis brazos, alojar mil besos en tu rostro y verte, dijo en sus pensamientos Lácides, mientras ingresaba en medio de otras flores al jardín del sueño de su amada el día de San Valentín. Me detuve en el camino, y de rodillas en el oratorio pregunté a Dios por lo nuestro, por ti y por mí; por todo cuanto podríamos recordar como aquel día que te desmoronabas de tristeza y con tu mano tomaste de la mía una rosa blanca tan tierna como tú, junto al beso que hospedé en tu frente mientras sonreías entre tus lágrimas y mis tonterías.
La rosa blanca cayó al suelo involuntariamente sin lastimarse y regresó a tus manos. Es verdad, no hubo promesas; sonreímos, renunciaste a tu tristeza y partimos de la mano a caminar descalzos la trilla de piedrecitas de nuestra nube, el cielo, y allí quedaron nuestras huellas. ¿Era cierto? ¿Lo recuerdas?
Entiendo tu molestia por mi retraso y lo lamento. Estas flores están frescas amor, muy frescas y no son una coartada. Las corté con el testimonio del sol de nuestro jardín de sueños de la misma cosecha de rosas amarillas que en otro momento, de tus manos, golpearon al piso y propinaste un paso al frente, sobre sus pétalos, pero esta vez las rosas amarillas no corrieron con la buena suerte de la blanca porque tu zapato de princesa las marchitó.
¿Recuerdas, cómo tus carcajadas retumbaban en el aire como fuegos artificiales en explosivos instantes de fiesta y me besabas? ¿Olvidaste acaso cuando susurrabas a mi oído cuánto me querías? ¿Me querías?
He llegado tarde de la ausencia que elegiste y aunque mi regreso ha sido más tortuoso sé que no pronunciarás más palabras. Por más silencio que conserves, tus actos de amor serán inolvidables de modo que no es necesario esforzarte en repetirlo y ocultarlo o demostrarlo. Entiendo tu silencio y me duele tu enojo; hoy es el día de San Valentín, así que insisto en tu perdón por la demora de estas flores que blindarán nuestra memoria, nuestros besos y caricias. Toma tu ramillete, no son más que rosas blancas, unos Lirios y un par de Gardenias envueltas en follaje, Gipsophila y mis memorias, como soñaba el ramillete de nuestra boda.
El hombre entendía el silencio de su amada y desconcertado recordaba la disonancia del amor porque ahora no estaba seguro si verdaderamente ese amor existió. El amor no se acaba cuando tampoco existe y si esto sucede no hay dolientes, pero a él sí le dolió en el alma y recordó los pétalos amarillos de las rosas que marchitaron los pies dorados.
El hombre se acercó lento mirándola fijamente a sus ojos sin pronunciar palabra, la besó en la frente y le dijo: perdóname de nuevo, y esta vez por siempre. Tomó el ramillete, lo entrelazó en sus manos y le pidió que recordara los pétalos que enamorado confundió con la tersura de su piel. Hoy no existió San Valentín. Descansa en paz, amor. Por favor, ya pueden cubrirla… dijo Lácides al personal del Camposanto.