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Zapatoca y sus vestigios del mar

Resumen

En Zapatoca, fósiles de hace 135 millones de años revelan un antiguo océano. Gracias al paleontólogo Edwin Cadena, se identificaron especies únicas, como Notoemys zapatocaensis. Una exposición local conecta su historia con la comunidad, inspirando futuras generaciones.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Alejandra León
Zapatoca y sus vestigios del mar

En las entrañas de Zapatoca, entre montañas e historias, se esconde un océano que desapareció hace millones de años. Hoy sus vestigios resurgen en forma de fósiles, testigos de un paisaje que alguna vez fue costero.

Hace más de un siglo, cuando la ciencia apenas comenzaba a mirar hacia el interior del país, Zapatoca ya ofrecía sus primeras huellas fósiles al mundo. El geólogo Hermann Karsten, en el siglo XIX, describió en esta región algunos de los primeros fósiles documentados en el país. Aquellas observaciones iniciales abrieron una ruta de trabajo que, con el paso de los años, sería retomada por investigadores posteriores.

Esa continuidad histórica es la que hoy sostiene el trabajo del paleontólogo Edwin Cadena Rueda. Cadena no inventa la historia: la reconstruye pieza por pieza. Su equipo ha identificado material cuyo valor no se limita a confirmar que la región fue marina en otro tiempo; según él mismo lo resume, se trata de un registro continental excepcional. “Debemos sentirnos afortunados”, dice Cadena. “Zapatoca es uno de los tres lugares en Colombia con mayor riqueza paleontológica, y los fósiles que encontramos aquí son los únicos, desde Alaska hasta la punta de Argentina, que nos cuentan cómo era ese mar hace 135 millones de años.”

Esa afirmación es la columna vertebral del trabajo científico realizado en el municipio: no es la evidencia de que aquí hubo mar, sino la naturaleza y la calidad del material recuperado. Entre los hallazgos más significativos figura Notoemys zapatocaensis, una tortuga marina primitiva nombrada en homenaje al municipio. Cadena confirma además tres especies ya descritas y anuncia una más próxima a publicarse, que llevará el apellido Serrano y el topónimo la finca El Caucho, donde se han recuperado varios ejemplares. “Ya llevamos en este momento cuatro nuevas especies”, dice, y añade que la asociación del nombre científico con espacios y familias locales forma parte de la lógica de su trabajo: ciencia que reconoce territorio y memoria.

La exposición montada en la antigua Casa Pichincha funciona hoy como el primer canal de diálogo entre esa ciencia y la comunidad. Allí se exhibe parte del material recuperado: piezas que, por su condición, no solo importan a los especialistas sino que sirven para que los habitantes del municipio comprendan la magnitud de lo que yace bajo sus suelos. La muestra se plantea con un objetivo claro: acercar a los visitantes a la evidencia y, al mismo tiempo, encender interés por la protección del patrimonio paleontológico.

El esfuerzo que mantiene viva la investigación es, en gran medida, producto del trabajo de académicos, estudiantes y voluntarios locales. No se sostiene en un apoyo estatal regular para este proyecto específico; más bien, prospera por la constancia del equipo y por alianzas puntuales que permiten exhibiciones y jornadas de divulgación.

La línea que une a Karsten con Cadena muestra algo fundamental: la paleontología en este territorio es una conversación de largo plazo, hecha con herramientas que han cambiado pero con la misma curiosidad de fondo. En palabras de Cadena, la ciencia aquí no es solo una acumulación de datos; es una intervención que, bien manejada, puede generar identidad. Esa idea aparece de forma nítida cuando el investigador habla de las posibilidades para la gente del municipio: no se trata únicamente de publicaciones académicas, sino de transformar hallazgos en patrimonio accesible.

En lo personal, Cadena rememora sus inicios con la claridad del que sabe haber resistido dudas ajenas. Cuenta que, en la adolescencia, muchos le preguntaban por qué “perder el tiempo” con piedras viejas; su respuesta ahora es práctica y directa: “Apaguen esas voces que les dicen que no se puede. La curiosidad, cuando se cultiva, termina llevándote a lugares que nunca imaginaste”.

Para el futuro inmediato, la aspiración que Cadena comparte con vecinos y colaboradores es tangible: un museo paleontológico permanente en Zapatoca. El propósito no es fetichizar piezas, sino crear un centro de referencia donde los tesoros recuperados se conserven, se investiguen más y, sobre todo, se muestren. “Sería una forma de proteger lo que tenemos y, al mismo tiempo, inspirar a las nuevas generaciones”, dice. Junto a ese sueño, Cadena reconoce la diversidad de iniciativas locales: deporte, arte y otras actividades que, aunque no forman parte del núcleo científico, contribuyen a la vitalidad del municipio.

El valor de lo que hoy se exhibe y se estudia en Zapatoca no es un dato menor: coloca a una comunidad pequeña en un mapa científico amplio, obliga a revisar hipótesis y amplía la narrativa geológica del continente. Más que una curiosidad local, los fósiles que emergen de estas montañas son una pieza —aun incompleta— del rompecabezas continental.

Y mientras la investigación avance, la posibilidad de que ese reto se complete un poco más dependerá tanto de la ciencia como de la memoria de quienes habitan este lugar. Porque preservar los fósiles también es preservar la historia de un pueblo que, entre montañas y silencio, sigue recordando que alguna vez fue mar.

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por Alejandra León

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