Tinta indeleble

Por: Claudio Valdivieso

Cada vez que dedicamos gratitud y reconocimiento de amor y amistad a nuestras personitas del alma, creemos que lo primero que aterriza en nuestra memoria son los más cercanos amigos; los amores, los compañeros de parranda trabajo y lágrimas. Por supuesto, en nuestro recuerdo también navega en el horizonte de la nostalgia esas personitas que una o mil veces nos entregaron inolvidables momentos e invaluables enseñanzas de sabiduría que hoy honramos. Pues bien, si combináramos todos los amores como diría Lácides, el año sería incomplaciente para homenajearlos.

A medida que avanzamos en el tránsito de nuestra existencia, incluso desde la infancia, las prioridades van girando a diestra y siniestra abordando nuevos amores; nuevos compañeros de escuela, compinches y cómplices. De estos “paquetes de afectos” hay quienes eligen dejarnos decepciones, traiciones, o lamentables desenlaces cuyos recuerdos solo merecen abandonarse en la memoria del olvido, igualmente, debemos discernir, reconocer y ejercitar la invaluable enseñanza de sus acciones.

Existe otro paquete de afectos construido con finas partículas de amor que merecen celebrarse con gratitud a Dios en una buena velada, en una escenografía de espiritualidad, resiliencia, sabiduría, gratitud y fe, porque son amores bendecidos que se sostienen en medio de la adversidad. Qué difícil es abordar el tema de la adversidad en este territorio de amor y amistad; qué difícil es intentar olvidar los amores que aun con dolor y desesperanza “felices” celebran este día sin importarles la impotencia que los despierta cada día. Ese amor que cientos de personas celebran orgullosos de construirlo y superar todas las conspiraciones del destino, es el amor verdadero, es el amor que pocos persiguen por considerarlo menos importante que el amor de las mieles o el bien y mal llamado confort.       

Podemos considerar mil amigos, los “amores” del café, de la sala de onces; los amigos que sin necesidad de reconocerles su importancia se esfuerzan por surtirnos de alegría; detalles, dignidad y paz sin producir ruido de sus acciones. Es increíble, pero existen, y sin dejar de sorprendernos porque su única voluntad es conciliar un sueño de paz, gratitud con Dios, y viven con el amor suficiente para disfrutar del confort del alma.       

Existe el amor que se quedó impregnado en los pañales de nuestra infancia, es otro cuento: ese es el amor de la aventura que solo vivimos en la niñez con nuestros amigos imaginarios. Esos amigos clandestinos conocieron y vivieron en nuestra imaginación, se desvelaron por nosotros, y hablábamos en el insomnio que hasta mamá se burlaba (porque ya olvidó), segura, de que delirábamos o recibíamos visitas de ángeles, aunque nadie constató de ellos su presencia.

“Lácides, el poeta, después de muchos años descubrió que su amiga imaginaria y del alma reapareció en su vida y encarnó su nombre con tinta indeleble; como decía don Aurelio, su padre”.   

Sin sarcasmos, dice Lácides, que la vida también nos ha dado el beneficio de la ausencia de personas que no lograron sostener la careta de la hipocresía, pero, igualmente, por sus enseñanzas merecen nuestra gratitud.