Tiempo justo
Resumen
Un paseo por Bucaramanga en busca de bombillitos navideños se transforma en una charla profunda sobre sabiduría, felicidad y el papel del dinero. El inesperado encuentro con un hombre sabio revela la complejidad de la abundancia y el valor de los momentos simples.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Caminé al centro de Bucaramanga en busca de paz y bombillitos para restaurar la instalación navideña que ilumina el escritorio y mi espíritu. ¡Salí feliz! Tenía todo para sonreír y agradecer a Dios; el clima refrescaba el aire bajo el sombrío Parque Bolívar que se convirtió en un puerto de sabiduría. De casualidad, junto a mí, caminaba un hombre extraño, sabio, elocuente y sonriente. Me invitó a tomar un cafecito de termo y nos sentamos en una cómoda “poltrona” de cemento sombreada por un gigante árbol centenario.
Hablamos un poco de Lácides (el personaje protagónico de mi novela), “chismoseamos” de las benevolencias del Señor; la pobreza, la riqueza y la carencia sin percatarnos de la riqueza de ese instante que aprendimos gracias a su sabiduría, coherencia y conocimiento. Tomamos nota, tinto, y observamos cuidadosamente la sonrisa de la gente que transitaba sin afanes y la molestia que reflejaban otros rostros por la premura del tiempo.
Una linda muchacha y su madre, tomadas de la mano caminaban por el parque en busca de una dirección y sin pretenderlo terminaron involucradas en nuestra controvertida historia del tiempo y la edad que no se hereda en testamentos.
No teníamos afán, y a cambio de la premura la fortuna del tiempo estaba a nuestro favor, seguros de que las circunstancias, tiempo y lugar eran perfectos. El inesperado encuentro justificaba levantar un acta de esta sesión de conocimiento. Doña Joquita, la madre de Amparito constantemente sonreía con gratitud y se convirtió en una antena que emitía sonrisas suficientes para abastecer el alma de quienes la pierden al confundir la riqueza con todo lo demás. “En ese instante, caí en cuenta que la sonrisa de mi madre quedó guardada en mi alma por todos los espacios del tiempo”.
“El sabio no tiene necesidades porque las evita”, dijo mi compañero de tinto, y recalcó que su escasez de dinero no le alcanzaba para comprar la sabiduría en las vitrinas que le ha permitido su iliquidez. - ¿Para qué sirve la sabiduría sin dinero?, preguntó Amparito. -El dinero te saca de la pobreza o te hunde más sí piensas que tus bienes valen más que tus acciones y tu conciencia. “A la felicidad de la abundancia le amputaron algo, dijo el maestro, ya que el dinero es un atractivo polo magnético de traiciones y decepciones que no despierta envidia si no lástima”.
“La felicidad es más compleja de entender porque puede confundirte entre lo que quieres y lo que realmente necesitas para obtenerla”. -Fíjate niña, dijo el extraño hombre: los sabios no retiran la paz de los cajeros porque convierten sus dificultades en enseñanza, igualmente, entienden que el amor es una porción importante de vida que se entrega con el alma y se recibe la “paz” de recompensa.
Nos miramos con Amparito con incertidumbre, y ella precavida preguntó. Perdón mi señor, ¿su nombre? El hombre sonrió, se levantó el sombrero y respondió: ¡Arcángel!, su amigo y servidor. La alarma del tiempo nos despidió, y doña Joquita, Amparo y yo, entendimos la eternidad de ese instante.