Siete Vidas que pesan como Plomo
Resumen
El bombardeo en Guaviare que cobró la vida de siete niños destapa la fisura en la cadena de mando militar, cuestionando la justificación del operativo. La tragedia de estos menores destaca el peligro de normalizar la muerte de niños en conflictos.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Por: Felipe Rodríguez Espinel
La muerte de siete niños en Guaviare no es simplemente una estadística militar. Es la fotografía más brutal de un fracaso colectivo que nos interpela a todos los colombianos, sin importar banderas políticas o ideologías. Estos menores, murieron el 10 de noviembre en un bombardeo ordenado desde la Casa de Nariño contra campamentos de las disidencias de Iván Mordisco. Lo primero que salta a la vista es una contradicción inaceptable. El presidente Petro afirma que no sabía de la presencia de menores en el objetivo militar. Sin embargo, su propio ministro de Defensa reconoció públicamente que la inteligencia militar había advertido sobre la alta probabilidad de encontrar niños en ese campamento.
¿Cómo es posible que el comandante supremo y su ministro cuenten versiones opuestas del mismo operativo? Esta no es una diferencia técnica, es una fisura en la cadena de mando que desnuda improvisación o, peor aún, un manejo político de la verdad.
Petro pidió perdón a las madres de estos niños. El gesto parece sincero, humano incluso. Pero el perdón no resucita a nadie. Y cuando ese mismo presidente justifica la operación argumentando que salvó a soldados de una emboscada de guerrilleros, la contradicción se vuelve insoportable. Si sabían que había alta probabilidad de menores, ¿no había otra alternativa táctica? ¿Acaso la única opción era lanzar bombas desde el aire sobre una zona donde se confirmó posteriormente que cuatro niñas y tres niños jugaban el papel de carne de cañón?
La Defensoría del Pueblo lo expresó con claridad demoledora: ningún menor reclutado debería convertirse en objetivo militar, así haya perdido formalmente su condición de civil. Este caso también revive fantasmas recientes. El bombardeo en Putumayo en 2019 que mató a ocho menores provocó la renuncia del ministro Guillermo Botero y una moción de censura exitosa.
La polémica es aún mayor porque Petro, hoy en el poder, fue uno de los críticos más firmes de bombardeos con menores en gobiernos anteriores. Aquella línea ética, que exigía no repetir errores del pasado, parece haberse diluido bajo la presión militar y el recrudecimiento del conflicto. El país queda atrapado en una paradoja dolorosa, condenamos el reclutamiento, pero aceptamos acciones que terminan quitándoles la vida a quienes debían ser rescatados.
Los 2.411 menores liberados durante este gobierno, cifra que Petro menciona con orgullo, pierden peso simbólico cuando se contraponen a estos siete muertos. Porque el mensaje que queda es aterrador, te liberamos si nos conviene, te bombardeamos si estorbas. Los niños no pueden ser moneda de cambio en ningún cálculo político o militar. Los niños colombianos merecen mucho más que convertirse en estadísticas de guerra. Si algo debe quedar muy claro para todos tras esta tragedia, es que ningún objetivo militar, por estratégico que sea, justifica la muerte de un menor.
Ni uno. Porque cuando aceptamos eso, cuando normalizamos que los niños mueran en bombardeos y seguimos con nuestras vidas, entonces ya perdimos la guerra más importante: la de nuestra humanidad.