Seguridad y violencia: dos caras de una misma tragedia
Resumen
El atentado contra el senador Miguel Uribe resalta la violencia que azota a líderes políticos y sociales en Colombia, tanto en áreas urbanas como rurales, reflejando el fracaso del Estado en garantizar justicia y seguridad efectivas.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
El reciente atentado contra el senador Miguel Uribe no solo constituye un acto atroz contra una figura pública, sino que revive el temor latente que acompaña a los líderes políticos y sociales en Colombia: la violencia. Y esa violencia ha mutado, ha aprendido a disfrazarse, y hoy se manifiesta tanto en los centros urbanos como en las regiones más apartadas del país.
Este ataque no puede verse como un hecho aislado, porque ocurre en medio de un recrudecimiento generalizado del conflicto interno, con el resurgimiento de estructuras armadas ilegales que actúan con total impunidad.
Mientras en Bogotá un senador es blanco de la barbarie, en el campo colombiano los campesinos viven bajo una violencia soterrada, prolongada y cruel. Son desplazados no por cifras ni estadísticas, sino por miedo y dolor, en el sur de Bolívar, el Catatumbo, el Bajo Cauca y el norte del Cauca. Familias enteras abandonan sus hogares huyendo de las amenazas, los combates y las reglas impuestas por actores armados ilegales que no reconocen ni la Constitución ni la dignidad humana.
La dualidad entre la violencia urbana y la rural no es casual, es síntoma de un Estado que no ha logrado estar presente con solidez, con justicia, y con oportunidades. La seguridad no puede seguir siendo entendida únicamente como fuerza pública y operativos; la seguridad real es aquella que se construye desde la justicia pronta, la educación como motor transformador, la inversión en infraestructura que conecte territorios, y la audición activa a las comunidades olvidadas.
Lo ocurrido con el senador Uribe lanza un mensaje alarmante: si pueden atentar contra la vida de alguien con protección oficial, ¿qué podemos esperar para los líderes sociales que caminan sin escoltas, defendiendo los derechos humanos y la vida de sus comunidades?
Colombia necesita un pacto por la vida, no basado en colores políticos ni intereses personales, sino en la defensa irrestricta de la dignidad humana. No podemos acostumbrarnos al miedo, ni permitir que el silencio y la indiferencia se conviertan en respuesta. Cada líder amenazado, cada campesino desplazado, cada ciudadano que decide callar por temor, es una derrota para la democracia. La seguridad es el cimiento de cualquier proyecto nacional, y mientras haya una sola persona que huya por miedo, no podremos hablar de paz verdadera.
Colombia necesita coraje, compromiso, verdad y, sobre todo, necesita que la vida deje de ser un privilegio y regrese convertida en un derecho garantizado. No podemos olvidar ni acostumbrarnos al holocausto de los hombres y mujeres de la Fuerza Pública que, en últimas no obstante el abandono, siguen fieles a sus principios, filosofía y doctrina que los compromete con la defensa ciudadana en todos los escenarios del país, donde los derechos son vulnerados.