Realismo Mágico en la ONU
Resumen
El presidente colombiano, evocando realismo mágico, presenta declaraciones incomparables con la realidad en la ONU. Las cifras ofrecidas sobre problemas nacionales, como narcotráfico y desempleo, carecen de veracidad y muestran una narrativa más cerca de la ficción que de la realidad.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
El realismo mágico es un movimiento literario que tuvo su origen en América Latina. Uno de sus principales pioneros fue nuestro Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, y muchos de sus precursores han sido autores latinoamericanos que convirtieron lo cotidiano en extraordinario. Hace unos días terminé Como agua para chocolate, una novela de este movimiento escrita por Laura Esquivel, que según el periódico El Mundo está entre las 100 mejores novelas en español. Allí, la vida cotidiana se mezcla con lo fantástico: el llanto de Tita inunda la cocina, una receta despierta pasiones imposibles y el amor prohibido se convierte en destino inevitable. Y qué mejor representación de Colombia que un presidente que, en vez de enfrentar la realidad, nos cuenta un cuento que supera incluso al realismo mágico.
Entre varias de sus afirmaciones, dignas de realismo mágico, dijo que “la gasolina es peor que el fentanilo”. Señor presidente, para usted, que ha normalizado tanto el consumo de drogas quizás no parezca terrible, pero hablamos de una sustancia que mató a más de 80.000 personas por sobredosis solo en Estados Unidos durante 2024. También afirmó que en Israel había un genocidio cuando la Corte Internacional de Justicia aún no ha tomado una decisión definitiva. Llamó asesino a Donald Trump por bombardear lanchas con droga; sostuvo que los jóvenes muertos en esos ataques no eran narcotraficantes sino víctimas de pobreza; y remató diciendo que el Tren de Aragua no es terrorista, pese a que más de 10 países ya lo han declarado así legalmente.
Mientras tanto, dedicó gran parte de su discurso a Gaza, incluso asistió a una marcha por Palestina. Pero mientras habla del Medio Oriente, en Colombia regiones como el Cauca, el Catatumbo y el Chocó siguen bajo el yugo de la violencia. De eso no dijo una palabra. Y, como si fuera poco, exaltó el socialismo de Stalin, responsable de más de 10 millones de muertes, genocidios, crímenes de guerra y de lesa humanidad.
Dio cifras sobre Colombia que no resisten contraste. Aseguró que este es el gobierno con más incautaciones y menor crecimiento del narcotráfico, pero la realidad es que la producción de cocaína ha crecido un 53%. Presumió de la tasa de desempleo “más baja” de la historia reciente, cuando en 2017 fue inferior al 8,5% y hoy estamos en 8,8%. Dijo que los homicidios se han reducido, pero omitió el asesinato del senador Miguel Uribe por motivos políticos, un hecho tan grave que fue mencionado incluso por el presidente de Perú en la ONU. Y declaró exitosa su política antinarcóticos, sin explicar jamás en qué consiste ni mostrar un solo resultado verificable.
Petro vistió una guayabera blanca y, como adorno, la bandera de “guerra o muerte” de Simón Bolívar. Sí, hace parte de nuestra historia, pero la usó para declararse en abierta confrontación política, sobre todo contra Estados Unidos, cuya comitiva se retiró de inmediato de la sala. Para concluir su discurso, invitó a unirse a un “ejército de salvación mundial” para salvar Gaza y después descarbonizar la economía global. En Colombia, hasta las entidades públicas como el Servicio Geológico, tuvieron que replicar el hashtag #PetroLiderMundial para referirse a su intervención. Y como cierre de esta historia le quitaron la visa a Petro.
Ese es el realismo mágico del presidente, como en Como agua para chocolate, donde las lágrimas de Tita transformaban la comida en amargura, sus palabras en la ONU parecen recetas llenas de ficción que intoxican más que alimentan. Presidente, conmigo se acabó la magia. Ya no le creo. Lo que usted llama realismo mágico no son más que polvos de drogas disfrazados de literatura. Y lo que más pena me da es tener un presidente así, que juega con la ficción mientras el país se desangra.