Polarización y democracia
Por: Rafael Nieto Loaiza
La polarización es una expresión de la heterogeneidad consustantiva de la sociedad democrática. En los regímenes autoritarios los gobiernos buscan la uniformidad. Las voces discordantes, los diferentes, son apartados, perseguidos, eliminados.
Si hay polarización es porque hay democracia, puntos de vista contrapuestos, expresión de la diversidad y su riqueza. La existencia de posiciones que se enfrentan es incluso necesaria para la vida democrática. Opciones diferentes donde el ciudadano escoja, coincida, encuentre representación y, si quiere, milite.
Por eso, porque la democracia no solo posibilita, sino requiere puntos de vista distintos y en ocasiones contrapuestos, es que en un régimen democrático el órgano político por definición es el parlamento. Es en el Congreso, plural, donde el pueblo encuentra su mejor representación. Un pueblo que en realidad son muchos pueblos, muchas y distintas posiciones sobre los problemas y sus soluciones. En sociedades plurales, de cientos de miles, la democracia es representativa o no es.
La democracia representativa, además, no solo refleja mejor las diferencias naturales en una sociedad, y les da voz y visibilidad, sino que obliga al diálogo, al debate entre los distintos; por eso, la democracia es juego de mayorías sucesivas en el tiempo, que se construyen, deconstruyen y reconstruyen. Por eso la democracia exige elecciones periódicas y la posibilidad de alternancia en el poder.
De ahí también que la democracia sea, de todos los regímenes políticos, el que privilegia la palabra y el que por definición desecha y censura la violencia. En el régimen democrático vence el que convence.
No es entonces criticable que en una democracia la ciudadanía se decante, dividida, entre posiciones opuestas, a veces radicalmente irreconciliables. El encuentro se da en las reglas de juego, en el respeto de la decisión mayoritaria y en la protección de los derechos de las minorías derrotadas, eventuales mayorías futuras. Polarización puede haber siempre que se respete que la contienda sea en el discurso, que las armas sean el diálogo y la argumentación y, condición fundamental, se evite la violencia.
Por eso también son censurables las prácticas que tergiversan la voluntad ciudadana. Son punibles la coacción para obligar el voto, la compra del de a pie o del congresista. Pero también son detestables la mentira, las fake news, el ataque vil al opositor, al contrario.
No es válido correr la ‘línea ética’ en la campaña o en el gobierno, la descalificación del contradictor como “fascista, nazi, oligarca, asesino”. O el pacto en las cárceles con los criminales. Y, por supuesto, es un delito el soborno de los parlamentarios, el asalto del presupuesto público para comprar voluntades, y tolerar que los grupos violentos obliguen a los ciudadanos a votar por los de sus simpatías. Esas, no la polarización, son las verdaderas amenazas a la democracia.