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Nacer donde duele

Resumen

Mi padre, ingeniero en EE.UU., decidió que naciera en Santander, Colombia, destacando la lealtad a la tierra natal. Critica a quienes reniegan de su nacionalidad, valorando el sentido de pertenencia y sacrificio por la patria, defendiendo la identidad sin comodines extranjeros.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Edgar Muñoz
Nacer donde duele

Yo nací en Bucaramanga porque mi papá quiso. Porque se paró firme y dijo que su hijo jamás iba a nacer en ningún otro lado que no fuera en Santander. En los años 80, él estaba recién casado con mi mamá y vivían en Cleveland, EEUU. Era Ingeniero Agrónomo con una oportunidad laboral envidiable en Dow Chemicals. Todo iba bien: con futuro, estabilidad y yo venía en camino.

Pero a los siete meses de embarazo, algo le picó el corazón. Llamémoslo arrebato. Mi padre decidió, que yo tenía que nacer en Colombia y en Santander. “De Barbosa para allá donde quiera saltar”, dijo. Y eso fue todo. No escuchó a los amigos de estudio ni a la familia que le rogaba que no desperdiciara la oportunidad. Volvieron. Mi mamá lo apoyaba siempre.

Y salí santandereano por voluntad de mi progenitor, no por azar. Porque uno no escoge dónde nacer, tampoco el idioma, la religión ni el contexto. Esa conclusión de mis padres, que a muchos les parecerá tonta, define el talante de una persona. Decidir dónde nacen los hijos es un acto de lealtad con la tierra que nos hizo. Está diciendo qué valores, qué historia, qué símbolos deben marcarle el alma a ese ser que apenas llega al mundo.

Me cuesta entender, y no lo voy a suavizar, cómo hay tantos colombianos que reniegan de su nacionalidad. Que prefieren tener hijos en el extranjero, no por necesidad, sino por comodidad y estatus. Que tramitan otra ciudadanía como quien compra un seguro de vida. Que buscan sentirse “de otro lado” porque aquí les irrita.

Y es ahí donde no puedo guardar silencio frente al presidente Gustavo Petro. Un jefe de Estado no puede permitirse el lujo de tener dudas sobre su pertenencia. No se puede ser presidente de un país y, al mismo tiempo, tener otra nacionalidad. Porque eso no es patriotismo. Eso es cobardía política. Petro con su nacionalidad italiana, manda al carajo a Colombia ¿Qué clase de ejemplo es ese? ¿Qué sentido de nación puede tener alguien que contempla irse si todo sale mal?

Esto apenas es de pasaportes. Es de nobleza, raíces, carácter. Me siento muy representado por el himno de Santander. Lo digo sin pena y lo canto con fuerza. Porque aquí fue donde aprendí a mirar de frente, a no ser sapo, a defenderme y ayudar. Y me duele ver cómo otros desatienden su tierra. Como si lo colombiano fuera una mancha que hay que lavar con un documento extranjero. Como si la cara de mestizos se fuera a evaporar por un papel.

Aquí no hay linajes puros ni castas. Somos una composición maravillosa y compleja de indígenas, africanos, europeos y árabes. Pero esa mezcla no nos hace menos. La patria está donde el corazón responde al acento, al himno y al recuerdo de su tierra, como en aquella vieja Canción Mixteca.

Por eso tengo poca paciencia con quienes relegan su nacionalidad; los que buscan en otra patria el abrigo que les negó el valor. Porque es fácil posar de digno cuando se pierde una visa, si se tiene otro pasaporte que garantiza el mismo privilegio. Querer a Colombia es aguantar el dolor sin anestesia. Porque sí, duele. Y mucho. Porque las naciones se salvan desde adentro, con la frente en alto y las manos curtidas por el esfuerzo.

En Venezuela, María Corina Machado no huyó. Se plantó. Qué gran persona. Y en ese gesto hay más hombría, más patria, y más coraje que en todos los discursos juntos.

Yo lo tengo claro. Encarné aquí porque así lo decidió alguien que sabía que no se puede nacer dos veces. Que entendía que la identidad no se cambia como de calzoncillos cuando se ensucian. Y lo agradezco. Porque ser santandereano, y ser colombiano, es una herida que tenemos que aprender a cargar con orgullo.

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por Edgar Muñoz

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