Música de colores
Resumen
Lácides y Santiago, un poeta y su amigo ciego, colaboran en un proyecto artístico. Santiago utiliza sus sentidos intensificados para transformar sensaciones en colores. Juntos crean una obra que trasciende la visión convencional, revelando un mundo de percepciones únicas.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
El poeta Lácides escribía sus versos a las diez de la mañana y ronroneó el timbre de su casa; abrió de inmediato, y frente a la puerta estaba su amigo Santiago quien sostenía inclinado al piso el bastón blanco. Tras las oscuras gafas ocultaba la constante rígida “mirada” al cielo porque era ciego de nacimiento. Estrecharon su abrazo, pasaron directo al estudio y Lácides tomó de su escritorio el termo amarillo del tinto bien cargado y sirvió dos tazas.
-Lácides, ¡ayúdame! Sólo en tu absurda imaginación cabe la mía, de modo que no me decepciones en este momento. Tengo la ilusión de pintar un cuadro y necesito de tus locuras para convertir mis sensaciones en colores. Sólo eso te pido, ¡nada más!, pintar mi admiración, además de todas las otras cosas que la vida nos muestra y que ustedes los videntes son ineptos para verlas. Lácides se cubrió el rostro con las manos seguro de sentirse involucrado en ese imprevisto, sino de tratarse de su buen amigo y las aparentes coherencias o incoherencias de su “irresponsable” imaginación. De todo podía contestarle Lácides a Santiago para justificarse, pero ¿negarse? sería letal.
¡Estoy en líos!, pensaba Lácides, mientras se desatoraba entre el humo del cigarrillo y los sorbos de café.
¿Tienes otra propuesta Santiago? Ayúdame de alguna u otra forma a emerger de este naufragio en el que me hundiste con tu fantasía. Sí hacemos esto lograríamos un collage de mamarrachos.
¡Por Dios! ¿Cómo carajos crees que puedo indicarte los colores que tiene la vida, si tú tienes otros sentidos más valiosos que los míos para verla? dijo Lácides. ¡Qué vaina! Sácame de este lío Santiago. Paradójicamente, logras ver muchas cosas más que nosotros los videntes no vemos o ignoramos y mucho menos nos atrevemos a comprender. Por ejemplo: ¿tu sonrisa mientras hablas? ¡Tu percepción es brillante!, de modo, que muéstrame esas cosas que en medio de tu ceguera nosotros ni siquiera con ayuda de un telescopio y un microscopio podemos ver.
Te invito a ilustrar tus percepciones, y así “vemos” sí logramos plasmar un tris de tu sabiduría y de tu atrevida imaginación. Quizás, entre tu percepción, una manita de don Castri el vendedor de pinturas y mis letras logremos matizar este proyecto. Sólo dime y lo intentamos, ¿Vale?, pero no respondo.
¿Qué percibes en un abrazo? ¡Calidez! respondió Santiago. ¡Perfecto!, buen comienzo. Lo llamaremos rojo y si reduces la fuerza disminuyes la intensidad del color que imaginas. ¿El sonido del agua? Frescura, y baja la temperatura del abrazo dijo sonriente Santiago. Llámalo azul. ¿Crees en Dios? ¡Por supuesto! Tu respuesta es luz, concluyeron Lácides y don Castri.
Pasaron toda la tarde y dos días más palpando cosas; escuchando sonidos, ruidos y catando frutas. Olfatearon el aroma de los colores que percibía Santiago y tomaban nota de la extraordinaria sensibilidad que desarrolló en sus sentidos. La obra de arte de Santiago terminó en un pentagrama de fondo amarillo, en clave de sol rojo sobre cinco paralelas negras y corcheas de colores azul, verde, naranja, gris y blanca.
El pentagrama, aunque muchos lo desconocemos marca los compases de nuestras fiestas del alma, dijo Santiago tarareando y sonriendo la canción “Yo tengo fe que todo cambiará.