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Mucho ruido y pocas nueces

Resumen

Las vías en Colombia enfrentan más debates en redes que en estudios de ingeniería. La desinformación y política frenan proyectos vitales que buscan mejorar la seguridad y calidad de vida de la población, mientras las cifras de accidentes en zonas urbanas crecen preocupantemente.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Mariana Ballestas
Mucho ruido y pocas nueces

En Colombia cada intento de construir una vía parece debatirse más en redes sociales que en los estudios y diseños de ingeniería. Las variantes, concebidas para aliviar el tránsito, mejorar la seguridad y devolver calidad de vida, hoy se ven atrapadas en discusiones políticas y narrativas que las presentan como un problema. Lo que debería representar un avance colectivo se ha convertido en el escenario de una disputa que poco tiene que ver con la realidad de los territorios.

Estas obras no son una amenaza para los municipios sino una respuesta a una deuda histórica. Durante décadas, cientos de familias en muchos municipios como en la Troncal del Magdalena, han convivido con el paso incesante de camiones por sus calles principales, respirando polvo, esquivando accidentes y viendo cómo sus fachadas se llenan de hollín. La promesa de las variantes se basa en devolverle a la gente la tranquilidad de vivir en su propio pueblo sin tener que elegir entre el progreso y su arraigo. Sin embargo, esa promesa se ha ido distorsionando entre mitos, temores y discursos interesados que encuentran terreno fértil en el descontento social.

En algunos territorios se repiten frases como “la variante mata el comercio” o “nos van a dejar aislados”, afirmaciones que terminan calando más hondo que los argumentos técnicos o los planes sociales que acompañan estas obras. Y es ahí donde está el verdadero riesgo, en dejar que la desinformación y la política local definan el destino de proyectos que nacieron para mejorar la vida de la gente. Bloquear una obra no solo detiene su ejecución, también posterga el bienestar que las comunidades llevan años esperando.

El impacto de no actuar se refleja con crudeza en las cifras. En Colombia, alrededor del 80 % de los siniestros viales ocurren en zonas urbanas, según la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Aunque en muchos casos estos accidentes son menos fatales por la menor velocidad, en 2022 las muertes en pasos urbanos aumentaron un 44,2 %. Los motociclistas y peatones son los más vulnerables, representando el 62 % y el 22 % de las víctimas, respectivamente. Son números que no dejan lugar a dudas, mantener el tráfico pesado dentro de los centros poblados no solo es un problema de movilidad, sino una amenaza constante para la vida.

Pero también hay una realidad que vale la pena destacar y es que sí existen planes de choque para enfrentar esos temores. No se trata de hacer carreteras a espaldas de las comunidades sino de construirlas con ellas. Hay estrategias sociales en marcha que incluyen capacitaciones para comerciantes, campañas de promoción local, acompañamiento psicosocial y espacios de diálogo que buscan mantener vivo el tejido económico y social de los municipios. Son acciones que demuestran que hay voluntad para generar progreso sin atropellar las raíces, porque el desarrollo no se mide solo en kilómetros de vía sino en la forma en que se acompaña a la gente durante el cambio.

El caso de Lórica, en Córdoba, lo demuestra. Aunque la variante no se ha construido, la comunidad lleva meses pidiendo que se haga. Han creado Comités, salido a las calles, bloqueado vías y exigido una solución que los libere del caos del tráfico pesado. Lo que hace unos años parecía una decisión técnica hoy se convirtió en una urgencia ciudadana. No porque la gente haya cambiado de parecer sino porque el peso del día a día mostró que el costo de no hacer nada es más alto que el de construir. Esa voz desde el territorio debería bastar para recordarnos que las obras no son el problema, el problema es seguir aplazando las soluciones.

En este escenario las concesiones, los gobiernos locales y la Nación deben trabajar con una sola voz, no basta con diseñar una vía, hay que diseñar confianza, cada conversación con un comerciante, con un transportador o con un líder comunitario es una oportunidad para explicar, escuchar y reconstruir el sentido original de estos proyectos. Las variantes no buscan borrar la vida de los pueblos sino darle espacio para que avance de manera más segura, más limpia y ordenada.

Lo que queda ahora es pasar del ruido a la acción. La política, las emociones y la desinformación no pueden seguir definiendo el rumbo del desarrollo. Colombia necesita aprender a reconocer que el progreso también puede ser humano, sensible y cercano. Que construir una vía no es solo tender asfalto sino crea confianza entre el Estado y las comunidades. Porque al final, de eso se trata, de entender que el desarrollo no se impone, se construye y se hace con un diálogo igualitario, sin amenazas y mirando hacia un objetivo común.

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por Mariana Ballestas

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