Mi ciudad y su historia
Resumen
Bucaramanga, una ciudad sin fundación clásica, creció sin alardes bajo la influencia práctica de los alemanes, quienes insertaron nuevas dinámicas económicas. Girón dominó el poder regional mientras Bucaramanga emergía como un activo centro comercial.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Leer Crónicas de Bucaramanga, de José Joaquín García, y luego avanzar por La ciudad de los alemanes, de Emilio Arenas, es como mirar nuestra ciudad desde dos siglos distintos. No se contradicen: se completan. Uno cuenta cómo nació Bucaramanga; el otro explica por qué terminó siendo lo que es. No soy historiador. Mi relato, como bumangués, se apoya en esas lecturas.
Bucaramanga no fue fundada en el sentido clásico, y eso es una rareza. No hubo acto solemne, ni trazo geométrico, ni relato heroico que repetir en los colegios. Fue, más bien, un asentamiento que se fue quedando. Un lugar que creció por acumulación, no por diseño. Quizá por eso siempre ha sido una ciudad difícil de definir, incluso para quienes vivimos en ella.
El territorio siempre estuvo habitado. Zapamanga, Bucarica y otros nombres que hoy sobreviven como barrios o referencias vagas en el área son rastros lingüísticos. Los pueblos indígenas que habitaron esta zona jamás fueron exterminados en grandes campañas militares ni borrados en una sola generación. Fueron diluidos. Absorbidos lentamente. Desplazados sin épica. Integrados a la fuerza a una vida que ya no les pertenecía.
En ese punto, leyendo a García, es difícil no pensar en Crónicas marcianas, de Ray Bradbury. En esas historias, los marcianos no desaparecen por una gran batalla, sino por algo más silencioso: las enfermedades, el avance humano y la imposibilidad de convivir con un mundo que ya no es el suyo. Algo parecido ocurrió aquí. Los indígenas fueron superados por una lógica ajena, hasta volverse invisibles.
Mientras Bucaramanga se formaba sin alardes, el verdadero poder regional estaba en otro lado. Girón fue durante mucho tiempo el centro económico y político. El tabaco fue el primer gran motor de riqueza en la región. Comerciantes, rutas, impuestos y control pasaban por allí. Bucaramanga crecía a la sombra de una ciudad más antigua y mejor conectada.
En ese tránsito es donde aparecen los alemanes y aquí conviene desmontar mitos. Ellos no fundaron Bucaramanga ni la transformaron por arte de magia, lo que hicieron fue insertarla en el comercio moderno. Trajeron caminos, redes, disciplina empresarial, una lógica distinta del trabajo y del riesgo. Más que personajes pintorescos, fueron engranajes de un sistema económico que empezaba a cambiarlo todo.
Arenas muestra con claridad que la influencia alemana no fue cultural en el sentido romántico, sino práctico. Negocios, transporte, exportaciones. Bucaramanga dejó de ser solo un punto intermedio para empezar a pensarse como ciudad. No por orgullo, sino por necesidad.
García llega incluso a sostener que, hacia finales del siglo XIX, Bucaramanga había alcanzado una importancia tal que superaba a ciudades como Cali y Barranquilla en dinamismo y crecimiento. No era una capital política ni un puerto, pero sí un centro comercial activo, seguro de su propio progreso. Esa seguridad atraviesa todo su libro, incluso cuando aborda el origen del nombre de la ciudad, que presenta como un dato firme, casi cerrado. Arenas, en cambio, hace lo contrario: abre la discusión. Donde uno afirma, el otro duda. Y esa diferencia revela que Bucaramanga es una ciudad que creció convencida de sí misma, pero cuyo pasado, nunca fue del todo claro. Por eso tantas versiones del origen de su nombre.
Mientras los apellidos españoles se asentaban, heredaban y permanecían, los alemanes pasaban. Unos echaron raíces; los otros abrieron rutas. No gritaban poder. Lo susurraban. En Bucaramanga, la influencia rara vez fue ostentosa. Se ejerció desde el comercio, la propiedad, la permanencia. Quizá por eso nuestra historia no está llena de grandes gestas, sino de procesos lentos.
Al final, yo nací y me crie en el diamante II. Leer a García y a Arenas es entender que Bucaramanga no fue una ciudad soñada. Tal vez por eso seguimos siendo obstinados: nosotros somos la ciudad Bonita.