La presión popular por Aiko reabre el debate sobre la sucesión imperial en Japón
Resumen
La simpatía creciente por la princesa Aiko ha impulsado un debate sobre permitir mujeres en el trono japonés. Aunque la ley actual impide su ascenso, su cercana conexión con el público refuerza la discusión sobre la igualdad de género en la sucesión imperial.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)La creciente popularidad de la princesa Aiko, única hija del emperador Naruhito y la emperatriz Masako, ha reactivado un debate que Japón ha aplazado durante décadas: la posibilidad de permitir que una mujer ascienda al trono del Crisantemo. Aiko, que cumple 24 años, ha despertado un apoyo social que contrasta con la rigidez de una ley de sucesión exclusivamente masculina que hoy tiene a la monarquía japonesa al borde de una crisis de continuidad.
Su presencia pública, cada vez más frecuente desde que debutó como miembro adulto de la familia imperial en 2021, la ha convertido en un fenómeno de simpatía nacional. En recientes visitas oficiales a Nagasaki y Okinawa, los vítores por su nombre superaron incluso los dirigidos al emperador y la emperatriz. Su primer viaje oficial en solitario a Laos consolidó esa percepción: se mostró cercana, preparada y capaz de asumir responsabilidades que, según millones de japoneses, justifican que pueda ser considerada como futura emperatriz.
Sin embargo, la ley japonesa lo impide. La actual normativa de la Casa Imperial, creada en 1947, establece que solo los herederos varones pueden acceder al trono. En una familia reducida a 16 integrantes —todos adultos— la falta de hombres jóvenes representa un problema grave. El único heredero elegible de la nueva generación es el príncipe Hisahito, de 19 años, cuyo futuro matrimonio y su capacidad para tener descendencia masculina son vistos por expertos como la última línea de defensa de una monarquía de 1.500 años.
Figuras influyentes, desde activistas hasta caricaturistas como Yoshinori Kobayashi, han impulsado campañas para reformar la ley. Diferentes grupos han recurrido a redes sociales, cómics, videos y publicaciones para presionar a los legisladores. Entre ellos se encuentra Ikuko Yamazaki, quien afirma que negar la posibilidad de que Aiko sea emperatriz no solo amenaza la supervivencia de la institución, sino que perpetúa una visión desigual del género en Japón.
La historia personal de la princesa ha reforzado el vínculo emocional con la ciudadanía. Criada bajo la presión de un modelo que exigía un heredero varón, vio a su madre enfrentar un trastorno mental inducido por las críticas. Aiko también sufrió episodios de acoso escolar y problemas de salud durante su adolescencia. Pese a ello, ha logrado ganarse la admiración del público por su inteligencia, sencillez y empatía. Tras graduarse en la Universidad Gakushuin, ha asumido labores oficiales y participa en actividades de la Cruz Roja, mientras mantiene rutinas deportivas y comparte tiempo con sus padres.
El desafío sucesorio, no obstante, va más allá de la figura de Aiko. Expertos como Hideya Kawanishi advierten que el sistema actual, basado exclusivamente en herederos varones, es insostenible. En la práctica, señalan, el modelo tradicional funcionaba gracias a las concubinas imperiales, una figura abolida hace un siglo. Desde entonces, la línea masculina se ha ido estrechando sin alternativas viables. En 2005, el gobierno propuso permitir una emperatriz mujer, pero la iniciativa fue descartada tras el nacimiento de Hisahito, que alivió temporalmente la preocupación nacionalista.
En 2022, un panel de expertos conservadores reconoció el riesgo demográfico, pero defendió mantener la sucesión masculina, sugiriendo incluso adoptar a descendientes varones de ramas extintas de la familia imperial, una medida considerada irrealista por la mayoría de analistas. Las recomendaciones no incluyeron permitir que mujeres como Aiko pudieran ascender al trono, aunque sí propusieron que conservaran su estatus tras casarse.
La preocupación ha escalado a organismos internacionales. El Comité de Derechos de la Mujer de las Naciones Unidas instó a Japón a permitir una emperatriz, argumentando que la prohibición perpetúa desigualdades estructurales. El gobierno japonés rechazó la recomendación asegurando que la sucesión es un tema de identidad nacional, una postura que, según críticos, encubre un trasfondo de supremacía masculina.
Mientras tanto, la familia imperial continúa reduciendo sus actividades debido al agotamiento de sus miembros. El príncipe heredero Akishino, de 60 años, admitió recientemente que la situación es insostenible, pero que nada puede cambiar mientras la ley permanezca igual. Aiko, prudente ante la controversia, ha declarado que solo aspira a cumplir con sus deberes y apoyar a sus padres. Su silencio, sin embargo, contrasta con el clamor de miles de japoneses que desean verla como futura emperatriz.