Intolerancia es el arma homicida que cobra vidas en el Área Metropolitana
Resumen
A pesar de la ligera disminución en homicidios, la intolerancia sigue cobrando vidas en Bucaramanga, creando una percepción de inseguridad continua que supera el impacto de las estadísticas oficiales.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
La intolerancia aviva la reacción mortal que consume al Área Metropolitana de Bucaramanga, pese a que las autoridades destacan una reducción en las cifras de homicidios respecto a 2024. El registro de más de noventa muertes violentas, en lo que va de 2025, genera un velo de temor y una espesa inseguridad en un gran colectivo de la ciudadanía.
Cada reporte oficial produce un choque con el pulso de la calle, donde reina la sensación de que los Alcaldes y las autoridades policiales perdieron el control del orden público, sobre todo en el renglón de la intransigencia que es el que más muertes produce.
Intolerancia entre vecinos, en el tránsito, en los espacios de ocio, esas rendijas de agresión se agrandan en un entorno donde la cultura del diálogo hace agua y la reacción violenta se mira con indiferencia.
Las disputas familiares derivan en tragedias. Las riñas en establecimientos nocturnos concluyen con disparos. Un insulto en la vía pública termina en puñalada. Esa intolerancia, lejos de tratarse de “casos aislados”, configura un patrón de violencia que se ha vuelto cotidiano.
Las cifras oficiales muestran una disminución marginal de homicidios frente al año anterior. Esa estadística refleja un logro parcial de estrategias policiales y programas de prevención.
Sin embargo, la percepción colectiva no cambia. Esa disonancia entraña un problema de credibilidad institucional, porque cuando el ciudadano siente que su vida pende de un hilo, no importa si las estadísticas “bajan un punto”, lo que importa es que la sensación existente es que poner un pie en la calle se convierte en riesgo letal.
Las autoridades locales reforzaron cuadrantes, intensificaron patrullajes móviles, impulsaron campañas de denuncia ciudadana, tienen mayor logística tanto en movilidad como tecnológica, aun así, la táctica se queda en la superficie si no aborda el germen de la violencia.
La carencia de educación en convivencia y el déficit de espacios de mediación comunitaria, es un enorme reto que exige una hoja de ruta con ejes coyunturales como realizar campañas educativas, en los sectores con altos índices de violencia por intolerancia, que de por sí son los más marginales de la ciudad y establecer mesas de diálogo convocadas por líderes locales y apoyadas por psicólogos y trabajadores sociales.
Hay que buscar integrar la enseñanza de habilidades emocionales y resolución no violenta de conflictos en los colegios del Área Metropolitana, donde participen padres y estudiantes para fortalecer la cohesión social y estimular políticas de convivencia.
Basta de parches. Es hora de abonar una cultura que sustituya la chispa de la agresión por alternativas de entendimiento. Es cierto, se asesina por cobrar cuentas, por venganzas, por lucha de bandas, por robar, pero la intolerancia es el arma homicida en el Área Metropolitana, así los comparativos digan otra cosa.
La intolerancia es semilla de muerte. Si la comunidad y sus autoridades no desactivan ese detonante, las estadísticas podrían mejorar sobre el papel, pero las calles seguirán tiñéndose de sangre.