Epitafio
Resumen
Lácides, un poeta confuso entre sus visiones y la realidad, limpia lápidas en busca de un amor perdido. Sus alucinaciones reflejan la dureza de la vida y el olvido, mientras revela en su poesía la hipocresía y el dolor de la sociedad.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Lácides es un personaje conocido en los quehaceres de la literatura por confundirse entre la realidad de su existencia y las alucinaciones. Aunque no existe un diagnóstico psiquiátrico, alucina abruptamente con voluntad y a veces involuntariamente. Para fortuna de la medicina sus estados alucinantes los ejerce en un sentido común admirable, extraordinario, lógico, y de una coherencia insuperable.
Unos aplauden sus alucinaciones, mientras que otros temen a sus realidades porque él revela en poemas el dolor de la calle, la falta de empatía, y relata con sarcasmo las “obras” disfrazadas de santos y santurrones que al salir de las iglesias se convierten en “misioneros” del mismo demonio.
Un domingo despertó confuso entre sus alucinaciones y la cruda realidad de los andenes de la calle que recorre. Despertó nostálgico, apegado los recuerdos de sus amores; unos destrozaron su corazón, otros lo traicionaron y otros más lo despertaron de su absurdo amor por el amor. Ese día sintió que de alguna forma podía “honrar” la memoria de esos amores y compró un par de flores, rosas blancas, llevó un cepillo y jabón para despercudir la intemperie de la lápida de la mujer cuyo nombre estaba tapizado con lama de abandono.
Al ingresar al camposanto, con dificultad encontró el sector de la tumba de su “amada” y como no lograba identificarla, contrató un jornalero para que le ayudara a descubrir el nombre de su fulana.
Así pasó toda la mañana, lavando y despercudiendo lápidas hasta que se percató de que él había olvidado el nombre del amor que descansaba en la eternidad. Ahora sí, ¡estaba en serios problemas!
El poeta y el jornalero ya se retorcían del dolor de espalda y ni si quiera sabían a quien estaban buscando. El jornalero creyó que Lácides alucinaba y sin prestarle atención siguió limpiando lápidas, en un papel anotaba los nombres que se revelaban al paso del cepillo para reportarle a su “patrón” los resultados de la tarea.
A Lácides lo que más le inquietaba es que por instantes dudaba de la muerte de la mujer o del amor a ella; justo en ese momento, recordó que no era solo una y ahí sí, ¡enloqueció! Con ellas también enterró la avaricia, el egoísmo y la escasez de empatía.
El poeta intentó recordar las “lápidas” de todos los amores que enterró, y más aún, olvidó donde quedaron inhumados. ¿Será que lapidó el amor que les entregó, o ellas de verdad murieron? Buena pregunta. Esta confusión era enloquecedora, frustrante y desgastadora porque estaba en una disputa mental alucinante.
Quedaron rejuvenecidas casi todas las tumbas del camposanto y el poeta recibió del jornalero la eternidad de la lista. ¡Por Dios! En el “inventario” estaban los nombres de todas las mujeres de sus amores, las mismas que le dieron pruebitas de amor y las que le probaron que el amor también mata y deja el amargo recuerdo que lo seguirá espantando. Minutos después, el camposanto estaba a reventar de “galanes” que amontonaron flores en las renovadas tumbas. ¡Ellos también las enterraron!