El testamento

El lamentable desenlace del senador Miguel Uribe Turbay nos deja a los colombianos un “testamento” de interrogantes en medio del desorden político, social y moral que enfrenta el país.
Seguimos recibiendo “herencias” como la de este lamentable suceso por la decepcionante actitud de quienes celebran con victoria el silenciamiento de la voz y vida de Miguel Uribe. No solo ha muerto un valioso hombre, con su deceso también se reveló la dolorosa actitud de varios de sus opositores que, por la indolencia de sus acciones todavía celebran sin percatarse de que el país realmente es quien pierde. No podemos recargar a nuestra democracia con más soberbia, ni mostrarles a los niños de nuestra patria que están creciendo en medio de un lodo político y rebosado de resentimiento de cualquier posición, oposición o suposición que exista.
Los niños colombianos no deben familiarizarse con este resentimiento ni la indolencia que ahora protagoniza la violencia. Es verdad que el país ha derramado sangre por décadas, pero también es posible pensar que hay que encontrar mecanismos humanos para desarticular la deshumanización de estos lamentables hechos. La democracia es un tesoro que debemos cuidar con honor para que nuestros niños también puedan disfrutarla.
Describir la situación del país y explicarles a los niños la diferencia entre política, democracia y violencia es muy complicado, pero ocultarlo es más difícil aún. Lo más triste de todo, es el riesgo de como los niños pueden interpretar la democracia y la violencia sin que puedan asumir que son dos cosas diferentes.
El tema de la actual situación del país ya ni siquiera se limita a la violencia, sino también a la forma de quienes la aplauden sin “asco”. Quienes sacan pecho y provecho ante la indolencia sin considerar los dolientes del senador Uribe, solo reflejan su potencial inhumano y, aun así, reciben los fanáticos aplausos de sus afinidades políticas. ¿Qué pensarán los niños de esto?
¿Qué opinarán los niños de los adultos que “saborean” cada tragedia que enluta nuestro territorio colombiano? ¡Por Dios! ¿Qué herencia histórica les quedará para que ellos construyan patria y democracia?
Causa mucha admiración la indolencia que se está apoderando de la democracia y, lamentablemente, no se está respetando el derecho de los niños de ver un país sano por las desagradables imágenes e inescrupulosas que a diario se muestran ante la opinión pública sin protección y sin filtros.
Los niños de nuestra patria no merecen crecer adictos a la violencia y menos aún pueden convertirse en protagonistas. Hay que bajarle el tono a la indolencia, al resentimiento, y ser más cuidadosos con los niños. Ellos no merecen hacer parte de estas lamentables historias; ellos deben formarse para que construyan un país diferente, sano, un país que le ofrezca a los otros niños que nacerán más adelante la oportunidad de discernir sobre la paz, la coherencia de un ideal político y las acciones de seres humanos para no convertir a los niños en artefactos de una guerra que, aunque no les pertenece, terminan convertidos en víctimas.