El reproche
Resumen
Lácides, un personaje literario que nació adulto, enfrenta a su creador por privarlo de una niñez. Su deseo es experimentar la vida desde su inicio, para adquirir la sabiduría que solo el tiempo y la infancia pueden otorgar.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Después de tantos acuerdos y desacuerdos, Lácides, el poeta y protagonista de novela volvió a salirse del papel, y esta vez de sus casillas para reclamarle a su progenitor.
Lácides andaba muy molesto con su creador, se envalentonó y le reprochó porque “nació” adulto. - ¡Esto es imperdonable! ¿Acaso no tuviste niñez?, le preguntaba Lácides al escritor. ¿Cómo carajos pudiste hacerme esto?, insistía molesto, aumentando su tono de voz más agresivo casi al punto de mandar al carajo su mesura. El escritor y el personaje, sin lograr controlar el silencio del estoico se miraban fijamente en volátiles pausas de soberbia que amenazaban la explosión de uno y la implosión del otro.
El novelista ofuscado revolcó del escritorio los apuntes que anotaba de carrera para componer sus personajes, mientras refunfuñaba arrepentido del protagonista que nació adulto, tomó identidad, personalidad y cuerpo. Menos mal los personajes de reparto están en el tintero dijo el escritor, porque con Lácides ha sufrido mil vergüenzas desde que tomó vida. Son buenos amigos, pero el escritor está viviendo un infierno por intentar ajustar los “defectos” de su protagonista, aunque Lácides realmente es un personaje noble, empático, amable, servicial, leal y cariñoso, pero abusivamente torpe (su más valiosa virtud).
-Está bien Lácides, de acuerdo, te voy a compensar en la novela, pero solo puedo hacerlo en el desenlace y para tu vejez tendrás un buen final, te irás de un infarto fulminante a cambio de una silla de ruedas. ¿Estás loco mi amigo escritor? No necesito vejez, necesito infancia, ¿no entiendes?, exijo alcanzar mi vejez con la sabiduría que se adquiere durante el tránsito por la vida, no una vejez creada a tu manera, como exige la madre naturaleza; con golpes, sufrimiento, y en la escuela que nace en la niñez. ¿Es mucho pedir?
-Lácides, te salvaste de varios golpes en las rodillas, de la primaria, de lavar platos, de la chancleta, en fin… ojalá el hombre aprendiera a caminar con la sabiduría del anciano y, aunque eres torpe aún, tu sabiduría convence. ¡Nooooo! ¿Insinúas que deberíamos nacer viejos, aprendidos y con sabiduría para ser mejores niños? Señor escritor, aquí el supuesto loquito soy yo, de modo que no te hagas el tonto porque entiendes perfectamente a que me refiero… ¡tu novela me amputó la infancia!, perdí mil oportunidades de vivir, tampoco jugué al rin rin corre corre, ¿qué es tangara?, escondite, congelados, gambeta; no jugué futbol, trompo ni canicas. ¿Qué es la chancleta?
Me creaste una extraña vida pública y famosa, romántica, poética, absurda y decepcionante en el amor; ni siquiera pude elegir a las mujeres de mis dramas en la angustiosa novela como protagonista y me caricaturizas cada vez que se te da la gana, ¿todavía quieres que sea feliz?
-Lácides, ¡por Dios! Recuerda que tienes un principio o un fin y un final; acuérdate de los tristes ancianos que tampoco tuvieron juventud, pero nunca, jamás, olvides a los niños del mundo que por circunstancias de la vida tampoco saben que lo son.