El espejismo de reactivar el petróleo colombiano
Resumen
La promesa de reactivar la industria petrolera en Colombia es un espejismo. Con solo siete años de reservas probadas, cierre de exploración y multinacionales saliendo, el país enfrenta un futuro energético y fiscal incierto. La estrategia actual podría intensificar la pobreza.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Cada tanto reaparece la promesa de “reactivar” la industria petrolera en Colombia. Se anuncia como tabla de salvación para el fisco y como generador de empleo. Pero esa ilusión es solo un espejismo y no una estrategia realista. La verdad es que el país apenas cuenta con reservas probadas para siete años al ritmo actual de producción. Y lo que antes era un futuro incierto, con este gobierno se volvió una condena. Al cerrar la puerta a la exploración se sentenció a la industria y al país a no recuperarse jamás.
Los grandes campos que en los años noventa parecían inagotables ya dieron lo mejor de sí. Caño Limón, Cusiana, Cupiagua y Rubiales hoy son campos maduros que producen cada vez menos y exigen costosas técnicas para exprimir los barriles que quedan. El petróleo colombiano es pesado y con alto contenido de azufre, lo que lo hace menos apetecido en el mercado internacional. Se vende con descuento frente al Brent porque refinarlo exige más inversión y complejidad. A esto se suma la salida paulatina de las multinacionales. Es que independientemente del mercado, la incertidumbre fiscal, la carga tributaria y la inseguridad en las regiones productoras, ahuyentan a cualquier inversionista.
La narrativa global de la descarbonización es una falacia o, en el mejor de los casos, una exageración optimista. Gustavo Petro construyó su narrativa sobre la idea de que frenar la exploración era un acto de heroísmo climático. El mundo no está dejando atrás el petróleo, lo está integrando en un sistema energético cada vez más complejo, donde la demanda crece exponencialmente por el avance tecnológico. Creer que dejar de producir petróleo aquí salvará al planeta es tan ingenuo como pensar que apagar una vela puede detener un incendio forestal.
Esa ingenuidad tiene consecuencias. Renunciar a explorar y certificar reservas es como cerrar el restaurante justo cuando el hambre aumenta. Y como el negocio del petróleo opera a través de contratos a futuro, la plata de hoy la negociamos ayer. Si no exploramos hoy, nos quedamos sin futuros ingresos, literalmente. Mientras otros países aprovechan hasta la última gota de sus reservas para financiar su transformación, Colombia decidió autoflagelarse.
Irónicamente, la pretendida cruzada por salvar el planeta podría causar más daño a los colombianos que la violencia misma. No porque el petróleo sea una panacea, sino porque su renta era el puente hacia un futuro distinto. Al destruir ese puente sin tener otro listo, se condena a millones de personas a vivir con menos recursos y más pobreza. El gobierno podrá repetir su relato mesiánico, pero los efectos son ya desastrosos al reducir la capacidad del Estado para sostener programas sociales.
Petro no destruyó el modelo por maldad, sino por ignorancia reforzada con poder.
Es la ignorancia con iniciativa la que puede causar más daño que la malicia calculada. Y eso, en el fondo, es aún más peligroso. Porque un conspirador puede tener un plan —negociable, reversible, quizás corregible. Pero un ignorante convencido de su brillantez, respaldado por una corte ideológica, no ve error posible, no escucha razones y no corrige rumbo.
Y lo peor es que todo esto es difícil de explicárselo a quien sigue el relato oficial sin cuestionarlo. Sencillamente porque no lo cree. Todo lo contradice ignorando la realidad técnica. Los que trabajamos en el sector perdemos credibilidad frente al fanatismo de quienes se creen ilustrados y que repiten consignas sin entender nada.
Colombia ya hipotecó su futuro fiscal y energético al abandonar la exploración petrolera. El daño está hecho, y ahora el reto no es evitar la caída, sino administrar el colapso. El espejismo de Petro será recordado como una de las decisiones más costosas para Colombia en el siglo XXI. Aún hay tiempo de corregir el rumbo, pero solo si se empieza por reconocer la magnitud del error.