El cruce de Santa Rosa
Por: Luis E. Gilibert
Sin pretender erigirme en autoridad sobre el tema, pero sustentado en la experiencia adquirida durante años de servicio y en la lectura atenta de antecedentes históricos y jurídicos, a más de conceptos venidos de expertos, considero oportuno reflexionar sobre la actual controversia en torno a la isla de Santa Rosa, ubicada frente a Leticia (Colombia) y Tabatinga (Brasil), e integrada por el Perú como parte del distrito de Santa Rosa de Loreto.
Este territorio, surgido en la década de 1970 tras un cambio en el cauce del río Amazonas, no existía cuando se firmaron el Tratado Salomón–Lozano (1922) y el Protocolo de Río de Janeiro (1934). El gobierno peruano sustenta su soberanía en esos instrumentos y en décadas de práctica administrativa. Colombia, por su parte, sostiene que la soberanía debe definirse mediante acuerdo bilateral, invocando el espíritu del protocolo de 1934, que establece que las islas formadas con posterioridad a su firma deben ser asignadas por mutuo acuerdo.
La reciente creación unilateral del distrito de Santa Rosa de Loreto por parte del Perú, en julio de 2025, ha encendido las tensiones, siendo vista por Colombia como una violación al espíritu del tratado. Más allá de la confrontación verbal, lo prudente es recordar que las disputas fronterizas, especialmente en zonas de alta sensibilidad geopolítica, deben resolverse con base en el diálogo, la historia y la diplomacia.
Tenemos precedentes valiosos: el diferendo por Leticia en la década de 1930, resuelto gracias a negociaciones bilaterales y mediación internacional, demostró que la sensatez y la voluntad política pueden imponerse sobre el ruido de la confrontación, en este caso, reactivar la Comisión Mixta Permanente de Inspección Fronteriza y conformar un equipo binacional de geógrafos, historiadores y juristas especializados en cambios fluviales recientes podría allanar el camino para una solución consensuada.
Mientras se logra un acuerdo definitivo sería conveniente establecer una administración binacional de la isla que garantice el bienestar de las comunidades locales, muchas de ellas ribereñas con vínculos históricos y culturales en ambos países, esto implica asegurar la movilidad, identidad y medios de subsistencia de sus habitantes, evitando que intereses políticos coyunturales deterioren su calidad de vida.
El escenario exige prudencia diplomática, voluntad sincera de entendimiento y un espíritu fraterno que preserve las buenas relaciones entre dos naciones hermanas. Las declaraciones apresuradas, las posiciones rígidas y las respuestas inflamadas no contribuyen a la solución; por el contrario, alimentan la desconfianza y entorpecen el diálogo.
En definitiva, el caso de la isla de Santa Rosa no debe convertirse en un punto de ruptura, sino en una oportunidad para demostrar que, en la diplomacia, la serenidad y el respeto por los acuerdos son las verdaderas armas para proteger la soberanía y la paz regional.