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Del poder, la burla y Frank Zappa

Resumen

En Colombia, la provocación disfrazada de inclusión distorsiona el valor simbólico de los cargos públicos. Designaciones inadecuadas solo erosionan la credibilidad institucional y el poder se usa para agendas personales, afectando la legitimidad del Estado.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Edgar Muñoz
Del poder, la burla y Frank Zappa

Las normas están para que nadie abuse del poder, no para adornar el discurso democrático. Son límites. Si no son claros, la política se convierte en revancha o en capricho.

En Colombia, se ha vuelto costumbre disfrazar la provocación de inclusión. Se justifican nombramientos que desdibujan el valor simbólico de los cargos. Se normaliza todo con tal de sostener un relato que solo repite lo que su base quiere oír. Pero hay límites, y no todo representa.

Designar a una figura del entretenimiento sexual como ministro de la igualdad no es un gesto de apertura. Es una provocación innecesaria. Se juega con el símbolo y se desdibuja el mensaje. No se trata de moral ni de identidad. Se trata de entender que lo público exige sobriedad. No cualquier trayectoria encaja con cualquier responsabilidad. Y eso debería ser evidente.

Cuando se entrega un ministerio a alguien más cercano al “Bobby Brown” de Frank Zappa que, a un referente institucional, lo que se banaliza no es la moral pública, sino el mensaje del Estado. La provocación no es inclusión. Es una burla.

La función pública está para sostener la legitimidad de las instituciones. ¿En qué momento se volvió el Estado una agencia para redimir biografías y trayectorias? Hay historias que merecen respeto, pero no todas representan un modelo para el Estado. La política no puede convertirse en escenario personal ni en excusa para hacer pedagogía ideológica desde el poder.

El deterioro institucional no se queda en el plano simbólico. El país dejó de tener norte económico. Nadie invierte donde no hay confianza. Y mientras tanto, el gobierno insiste en negar la realidad, como si el problema fuera de percepción. La ideología tapó la evidencia.

Frente a esto, cualquier alternativa luce mejor que un candidato consonante al progresismo de izquierda. Por simple contraste. Pero el rechazo no es programa. Algunos candidatos —visibles y ruidosos— se alimentan del mismo agotamiento que hoy erosiona al país. Prometen orden, pero hablan desde la furia. Se llenan la boca con Constitución, pero participaron en el mismo gobierno que hoy intenta desmontarla. Ya hemos visto cómo se rompen compromisos cuando el poder cambia de manos.

El plebiscito de 2016 sigue como herida abierta. Un gobierno que pidió un mandato ciudadano y luego lo ignoró. Una traición sin consecuencias. Y ahora, nuevas figuras quieren volver a mover los mismos hilos, como si no supiéramos lo que viene. Mamola.

El país va sin dirección política. La ciudadanía no encuentra referentes. La dirigencia se mueve entre el cinismo y la improvisación. La discusión pública se volvió consigna. Apoyarse solo en la ideología es una forma elegante de no decir nada. La colectividad que demuestre coherencia con sus ideales, conexión real con el pueblo, respete reglas internas y sepa escoger un candidato competitivo entre ideas afines, es la que puede devolverle al país una ruta confiable. No necesitamos más improvisación.

El poder no es una tarima para agendas personales, sino una estructura que exige rigor, equilibrio y respeto por el cargo que se representa.

Lo que se está desmoronando es el sentido mismo de lo público. Y eso tiene consecuencias. Me da la impresión de que cuando un Estado empieza a parecerse más a una canción de Zappa que a una institución seria, lo único que importa es el show

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por Edgar Muñoz

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