Del Nobel, las mentiras y la economía del progreso
Resumen
El artículo destaca que la innovación y la tecnología impulsan el desarrollo económico a través de la competencia, mientras critica cómo el socialismo centraliza y limita la libertad, dificultando el crecimiento y la calidad de vida.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Los recientes ganadores del Premio Nobel de Economía (Howitt-Aghion-Mokyr) nos recuerdan que la innovación y la tecnología son la columna vertebral del desarrollo económico, como lo demostraron al estudiar cómo la competencia impulsa la productividad y el crecimiento. Para que una economía avance, debe apoyarse en herramientas modernas que mejoren la calidad de vida de las personas.
Por: Edgar Julián Muñoz González
Sin embargo, hay quienes proponen mezclar elementos tradicionales con el progreso real. Lo más curioso es que algunos políticos y economistas les encanta citar otros Nobeles que critican el capitalismo y buscan reemplazarlo por modelos fracasados.
El problema del socialismo es que, en la práctica, la economía carece de incentivos, de vigilancia real y de veeduría. Todo se centraliza en manos de quienes dicen “representar” al pueblo, pero termina siendo una élite mezquina la que decide qué se produce, quién recibe y cuánto merece cada uno.
El capitalismo, con todos sus defectos, tiene un mecanismo de corrección: la competencia. Si una empresa miente, el mercado la castiga. En el socialismo, en cambio, la mentira se convierte en política de Estado. Y no lo digo con odio. Los regímenes que han intentado sostener el ideal igualitario solo lo han logrado mediante el miedo y la manipulación. Son tan mitómanos que la única forma que tienen de sostenerlo es, precisamente, la mentira.
Yo, como ciudadano, me hago una pregunta sencilla: ¿seríamos capaces de confiarle la seguridad de nuestros hijos a cualquiera que llegue diciendo que los tratará con amor? Pues no. Primero escuchamos y luego, libremente, decidimos si confiar o no. ¿Por qué, entonces, debemos entregarle la economía, la libertad y el futuro de un país a un grupo que habla de amor, pero promueve el odio?
Es tan ridícula la conversación que uno recuerda a comienzos de siglo, cuando los adalides de la igualdad hacían campaña contra los ricos porque tenían celular. En esa época, era un lujo. Pero gracias al capitalismo, a la competencia y al libre mercado, esa tecnología se masificó hasta volverse accesible para todos. Hoy, absolutamente todos tienen uno sin necesidad de subsidios. Y, aun así, los mismos que antes lo criticaban ahora se quejan de la marca o del lugar de origen: “los ricos lo traen de Estados Unidos o de Europa”, dicen con el mismo tono moralista de entonces. Si hubiéramos adoptado ese discurso insulso de igualdad, estaríamos cocinando con leña en las ciudades.
El progreso económico debe medirse en cómo mejoramos la vida de las personas, no en cuántos discursos igualitaristas se pronuncian. La verdadera justicia social no se logra quitándole al que produce, sino permitiendo que más personas produzcan. Apenas se trata de igualar, más bien de elevar el piso para que nadie viva indignamente. Tener una vida decente, aunque no todos lleguen al penthouse.
En ese sentido, el dinero deja de ser un símbolo de codicia para convertirse en una herramienta civilizatoria. Nos permite intercambiar bienes y servicios sin violencia, nos da libertad de elección y nos enseña el valor del esfuerzo. Quienes demonizan el dinero suelen hacerlo porque quieren sustituirlo por poder, y el poder concentrado siempre termina siendo más peligroso que la riqueza distribuida.
La economía del progreso celebra la diferencia. Sabe que la desigualdad no siempre es injusticia, sino una consecuencia natural de los distintos talentos y decisiones. Lo que sí debe evitar es que esa diferencia se convierta en abandono. No todos pueden ser iguales, pero todos merecen oportunidades reales.
Y ahí está la gran paradoja de la izquierda: promete igualdad, pero termina generando castas; dice defender la verdad, pero vive de la mentira. Por eso, antes de creer, hay que evaluar, observar y aprender de la historia. No se trata de escoger entre derecha o izquierda, sino entre progreso y retroceso, entre libertad y sumisión.