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Del debate, cerebritos y trincheras

Resumen

El debate debe servir para aproximar, no separar. Más allá de citas académicas, se necesita honestidad y humildad para que todos puedan participar y expresar sus ideas sin exclusión.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Edgar Muñoz
Del debate, cerebritos y trincheras

Por: Edgar Julián Muñoz González

Todo empezó con un video. Gente haciendo fila para conseguir medicamentos, una escena cotidiana que ya no sorprende a nadie, pero que recuerda épocas pasadas, dolorosas, que creíamos superadas. Lo compartí en un grupo con una frase breve, algo provocadora, lo reconozco: “Esto es gracias a Petro”. No pasaron cinco minutos y ya estábamos discutiendo sobre ideologías, estructuras históricas y hasta sobre la genealogía de los problemas sociales.

Lo que era una queja espontánea se convirtió en un debate intenso. Y no es la primera vez. En redes, en chats de amigos, en cualquier conversación pública o privada, parece que todo está a un paso de convertirse en una batalla. A veces bien intencionada, otras intransigente. Siempre aparece alguien que cambia el tono, que eleva o degrada el nivel del discurso, que trae a cuento categorías académicas, referencias filosóficas, o que resume todo en absolutos, como si el terreno de lo cotidiano no fuera suficiente.

No estoy en contra del análisis profundo. Lo valoro. Pero empiezo a preguntarme si estas discusiones realmente buscan construir algo, o si solo sirven para demostrar quién ha leído más. Me niego a creer que para tener un debate útil haya que estar en el mismo nivel educativo o intelectual. De ser así, el debate dejaría de ser un ejercicio democrático para volverse un acto de exclusión.

¿Qué sentido tiene decirle a alguien que no puede opinar porque no ha leído a Marx o a Hayek? Vean, así no les guste, vale más una observación honesta nacida de la experiencia que una cita rebuscada sacada de un libro que nadie ha terminado. Convertir el debate en un espacio donde solo caben quienes manejan ciertos códigos, ciertas palabras, es, en el fondo, una forma sutil de clasismo. Una manera “elegante”, aunque patética, de decirle al otro que su opinión importa poco. Sé que no hay una medición para esto, pero si analizan, se darán cuenta quiénes son los que usan esos argumentos para humillar a los demás.

Yo prefiero los debates donde la gente habla como piensa, no como cree que debe sonar para que la tomen en serio. Y sí, me tengo que esforzar cuando hablo con unos y unas para poder conectar. Mientras más educados seamos, mayor es nuestra responsabilidad de incluir, no de excluir. Esa debería ser la verdadera medida del conocimiento. Prefiero las verdades dichas sin adornos, incluso con rabia, con torpeza, pero con honestidad. Y pienso que muchos de los que hoy se ven excluidos del debate público no es porque no tengan ideas, sino porque los hacen sentir que no tienen el lenguaje correcto para expresarlas.

Discutir, argumentar, intercambiar ideas debería acercarnos, no separarnos. El debate tiene que ser un puente, no una tarima. Y si la única forma de participar es citando autores que el otro no ha leído, entonces no estamos discutiendo: estamos compitiendo. Y no hay nada más aburrido que una discusión donde lo único que se juega es el ego de los que hablan.

Ahí está el congresista Mondragón, provocando a Alirio Barrera en plena sesión. O el presidente Petro, llamándolo “bestia” sin decir la palabra, como cuidando las formas legales, aunque ofendiendo igual. Muy cínico el presidente, en serio. Y no lo digo como opositor. Lo digo como alguien que cree que el lenguaje, incluso el del poder, debería ser una herramienta para comprender, no para humillar.

El debate no necesita jerarquías, necesita disposición. No exige diplomas, exige humildad. Y si no somos capaces de hablar entre distintos, de escuchar sin ridiculizar, de responder sin aplastar, entonces no estamos construyendo país: estamos construyendo trincheras.

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