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De Platón, Asimov y la sinfonía del colapso

Resumen

La música refleja los cambios sociales, como lo advirtió Platón. Cada generación enfrenta transformaciones que revelan el espíritu de la época; no debemos prolongar la crisis cultural provocada por lo superficial.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Edgar Muñoz
De Platón, Asimov y la sinfonía del colapso

La música siempre ha sido un espejo de la sociedad. Lo sabía Platón cuando escribió: “Cuando cambian los modos de la música, cambian también las leyes fundamentales del Estado.” Cada variación rítmica encierra una transformación profunda de los valores colectivos.

Por: Edgar Julián Muñoz González

Desde aquellos tiempos se entendía que los sonidos eran un termómetro de la salud moral y política de la polis (ciudad-Estado). Cambiar la manera de cantar o tocar un instrumento era la señal de que la comunidad estaba mutando.

Toda generación enfrenta esas transformaciones. Nuestros padres nos advirtieron sobre el rock; antes se alarmaron con el tango y el bolero. A Piazzolla casi lo exiliaron del tango por mezclarlo con el jazz. Y nosotros, o al menos yo, veo con recelo el reguetón y el K-Pop. Lo curioso es que, al mirar hacia atrás, comprendo que aquellas advertencias tenían parte de razón. No porque los ritmos fueran malos, sino por el cambio que representaba para ellos esa transformación. El problema no está en el género, sino en lo que revela del espíritu de la época.

Nuestra manera de escuchar hoy delata un gusto orientado hacia lo banal, lo repetitivo. Canciones desechables para el consumo rápido, coreografías virales y letras reducidas a consignas fáciles de repetir. No hablo de moralizar ni de condenar, sino de reconocer que esta dinámica nos entrena para vivir en lo superficial, consumir sin pensar y olvidar con rapidez.

Si dibujáramos la música como una curva de Gauss, veríamos que cada estilo alcanza un punto de esplendor creativo, pasa por una etapa de degradación y finalmente toca fondo. En ese descenso, la coral pierde su capacidad de conmover, de cuestionar, de abrir horizontes. Se convierte en ruido. Y lo mismo ocurre con las sociedades: suben, brillan y se agotan. Ahí es donde la frase de Platón me sacudió: cuando cambia la sinfonía, lo que se tambalea no es solo el gusto de los jóvenes, sino el entramado mismo de nuestra cultura.

Y traigo al juego a Isaac Asimov. En su saga de Fundación, el escritor imagina un vasto Imperio Galáctico en decadencia. La psicohistoria, una ciencia ficticia creada por Hari Seldon, predice su colapso y propone un plan para acortar la era de barbarie que vendrá después. La solución no es detener la caída —porque es inevitable—, sino planear un reinicio.

Nuestra sociedad parece entrar en una fase de desgaste. No porque las composiciones sean una amenaza, sino porque simbolizan un modo de relacionarnos con el arte que privilegia lo inmediato sobre lo profundo. Lo trivial vende, lo complejo incomoda. Y así, poco a poco, cedemos a la lógica del consumo instantáneo.

Pero no todo está perdido. La decadencia es también la antesala de la renovación. Cada vez que hemos tocado fondo, algo nuevo ha emergido: del silencio monótono surgieron el jazz y el blues; de la rebeldía juvenil nació el punk-rock; de la marginalidad urbana brotó el rap. El problema no es que la melodía cambie, sino que nos acostumbremos a que solo cambie para ser más pobre, más corta, más rentable.

Quizás es momento de pensar en nuestra propia Fundación. Hablo de recuperar la capacidad de escuchar con atención, de valorar la complejidad, de dejar de buscar confrontación estéril y superar el ruido para atrevernos a plantear preguntas y respuestas. La crisis es inevitable; lo que no es inevitable es prolongarla.

La música es apenas el síntoma. La bulla está en otro lado: promesas flojas, discursos repetitivos, eslóganes virales. Sustituimos la hondura por la urgencia, y la complejidad por la terquedad de creernos dueños de la verdad. Y así como hemos tocado fondo en lo cultural, quién sabe si lo que vemos sea el reflejo de una democracia en ruinas.

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por Edgar Muñoz

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