De papeles, balas y guitarras
Resumen
El artículo reflexiona sobre la percepción del migrante en la sociedad, destacando que el migrante no es una amenaza, sino un reflejo de la diversidad cultural y la necesidad de comprensión en lugar de juicio.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Hoy ha muerto mamá. O tal vez ayer, no sé" Con esta frase comienza El extranjero, de Albert Camus. Es seca y desconcertante Meursault no es un criminal por lo que hizo, sino por no reaccionar como se es-pera. Es condenado no solo por matar, sino por ser diferente, por no llorar donde debía, por ser ajeno. Así es la experiencia del migrante, que muchas veces se juzga por su mera presencia, no por sus actos.
Edgar Julián Muñoz González – Columnista / EL FRENTE
Hoy el migrante parece una sospecha. Lleva papeles que no bastan, huellas que no se borran y una cultura que poco se agradece. Incomoda porque nos muestra que la identidad no es fija y que las fronteras son acuerdos más que verdades.
Los de The Clash lo sabían. En "Straight to Hell" preguntaban: "There ain't no need for ya... Go straight to hell, boys." No hablaban de demonios, sino de hijos mestizos abandona-dos por soldados occidentales en Asia. Había fuego en esa canción.
Años después, M.I.Α., hija del exilio tamil, tomó ese riff inolvidable para componer "Paper Planes", donde ironiza sobre el estigma del migrante: "All I wanna do is (bang bang bang bang) and (kaching!)".
En el imaginario colectivo, el extranjero siempre dispara o roba. Pero en la vida real, quizás solo quiere vender empanadas, mandar dinero, comenzar de nuevo.
Junto a mi esposa le dimos la vuelta al mundo durante casi 17 meses, y vivimos lo mejor del planeta: la gente. Eso no significa que no enfrentáramos rechazo, es solo que para los que temen salir y para quienes llegan, las balas y las bombas suenan más fuer-te que las sonrisas. Me gusta repetir esa frase, porque la mayoría de la gente es buena.
La migración no es solo un fenómeno económico. También es un hecho cultural Cada persona que cruza una frontera lleva palabras, gestos, ritmos. Algo de su tierra. En Colombia, el influjo de venezolanos no solo ha cambiado los semáforos, sino también los acentos, las comidas y otras cosas. ¿Lo hemos entendido como una oportunidad o solo como una carga?
El sistema económico necesita migrantes para sostener industrias, para recoger cosechas y hasta cuidar niños. Pero se los llama "ilegales", como si una persona pudiera ser un delito per se. Es la paradoja del capital: necesita del otro, pero no lo quiere como igual.
En "London Calling", The Clash gritaban contra la catástrofe que se avecina. En "Police on My Back", cantaban a la persecución constante. Son himnos del que huye y que no encaja. En otro tono, los Manic Street Preachers recordaban en "If You Tolerate This Your Children Will Be Next" el deber moral frente al otro. El extranjero no es amenaza Es un espejo.
Es momento de salirnos de la retórica política de extremos. No basta hablar para ganar partidarios, como hacen algunos presidentes, incluyendo el nuestro, que dicen una cosa sobre migración, pero desprecian su realidad. Por eso meto mis bandas y reflexiones en esta columna.
Cualquiera ha leído a Camus. No es un autor rebuscado para aparentar inteligencia. Él, que sabía bien lo que era vivir entre mundos, europeo en Argelia, argelino en Francia, huérfano de patria en su propio idioma, escribió sin moralismos, aunque con claridad.
El migrante no pide compasión, pide comprensión. No quiere favores, sino justicia. No busca lástima, sino la posibilidad de existir sin que su acento sea una sentencia.
Si queremos sociedades más humanas, más resistentes y ricas, debemos aprender a escuchar esas guitarras que vienen del otro lado del río. No importan los discursos.
Importa entender que, al final, todos tenemos algo de desarraigados. Ahora, si la ley censura, solo queda respetarla. Todos somos extranjeros para alguien, solo que algunos tienen que cargar con ese rótulo todos los días.