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De las encuestas y la gran estafa de la representatividad

Resumen

Las encuestas políticas colombianas a menudo fallan porque están mal diseñadas, centrándose en la representatividad geográfica en lugar de reflejar el poder de decisión de las grandes ciudades como Bogotá, donde realmente se define el resultado electoral.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Edgar Muñoz
De las encuestas y la gran estafa de la representatividad

No hay nada más lejano de la realidad que una encuesta colombiana. Es más inexacta que un tiro de JJ Duran… una mentira. No le pegan a una. Nunca.

Acá las encuestas dan por muerto al ganador y al que nadie quiere lo ponen de primero. También al que siempre ha estado ahí dicen que es una sorpresa. Y cada vez que se equivocan, aparecen con las mismas excusas: que el margen de error, que el clima afectó el trabajo de campo, que la intención de voto cambió en los últimos dos días, que llovió en la costa y por eso no salió la gente. A veces pienso que son peores que los economistas o los comentaristas deportivos cuando dicen “lo habíamos dicho” justo después de que ocurrió lo que no habían previsto.

Yo, sin ser encuestador ni experto en estadística, creo saber por qué fallan. Tengo una teoría. No se trata de que las encuestas estén mal hechas, sino de que están mal diseñadas para las elecciones presidenciales en Colombia. Lo que pasa es que nos vendieron la idea de que una muestra representativa geográficamente es garantía de precisión, cuando en realidad es todo lo contrario.

Pensemos en esto: si Bogotá tiene cerca del 20 % del censo electoral nacional y un peso aún mayor en decisiones presidenciales, ¿qué sentido tiene tratarla como “una región más” dentro de una muestra que reparte entrevistas por toda la geografía nacional? ¿De qué sirve encuestar a 1.200 personas si solo 100 están en la capital, otras 50 en Pasto, 30 en Sincelejo? y así hasta cubrir municipios que ni siquiera aparecen en los boletines de la Registraduría.

La respuesta es porque se hace en nombre de la representatividad. Y no está mal representar al país. El problema es cuando confundimos diversidad geográfica con poder de decisión electoral. En Colombia, como ocurre en muchas democracias centralizadas, la presidencia se define en los grandes centros urbanos. Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla concentran no solo el volumen de votantes, sino la capacidad de decidir el resultado final.

Pero las encuestas se empeñan en hacer como si todos votaran igual y al mismo ritmo. Buscan el equilibrio regional, cuando lo que importa es el peso real que tiene cada región en la elección. El resultado: una encuesta puede ser perfectamente representativa de Colombia como territorio, pero completamente errada respecto al país que decide.

Si no me creen, repasen los últimos veinte años. En 2002, cuando Álvaro Uribe se lanzó por primera vez, Horacio Serpa aparecía como ganador indiscutible. En 2006, ya era difícil contrarrestar la ola uribista, pero en 2010, cuando Mockus volvió a la pelea, las encuestas hablaban de un final apretado, y Santos terminó ganando con una diferencia abrumadora para luego traicionar a sus electores. En 2014, nadie anticipó la fuerza de Óscar Iván Zuluaga en primera vuelta. Y en 2018, hasta el último minuto, Petro parecía tener una opción más clara de la que finalmente obtuvo. En todas, las encuestas se excusaron. En ninguna acertaron con claridad.

Entonces va uno a ver y se pregunta si de verdad son confiables, o son apenas una especie de placebo estadístico que nos ayuda a sentir que entendemos el país.

Los sondeos para presidenciales no deberían ser justos ni equitativos geográficamente. Deberían ser brutalmente injustos. En nombre de la igualdad hacemos muchas estupideces. Deberían concentrar el grueso de su muestra en los lugares donde realmente se define el resultado. Bogotá debería tener, como mínimo, el 30 % de la muestra. Medellín otro 10 %. Y así. No se trata de invisibilizar a las regiones, sino de entender que una cosa es la fotografía del país y otra muy distinta es la predicción del voto.

Quién quita que, con ese ajuste, las encuestas dejen de parecer predicciones astrológicas con numeritos en Excel. O, para seguir con el fútbol, un disparo de John Córdoba al arco del Montanini pateado desde El Cocuy.

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por Edgar Muñoz

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