De las encuestas, la polarización y el liderazgo

Resumen

La elección presidencial en Colombia no depende solo de las maquinarias políticas sino de una profunda polarización moral y simbólica. Las encuestas generan alarmismo pero el verdadero reto es reconquistar el debate racional y el respeto en medio de percepciones irreconciliables.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Edgar Muñoz
De las encuestas, la polarización y el liderazgo

En cada ciclo electoral volvemos a los sondeos, las maquinarias, pactos y transferencias de votos. Es un ritual necesario, aunque borroso cuando son las elecciones presidenciales. La lógica que rige las contiendas legislativas es muy distinta. Allí la movilización organizada sí puede inclinar la balanza. Aquí eso no opera igual. Para ser presidente, lo que define al ganador es la polarización moral y simbólica que atraviesa la sociedad.

Pensar que la adhesión de un liderazgo intermedio resolverá el enigma del voto presidencial es muy simplista. Tomemos como ejemplo hipotético a Fajardo…un político moderado. Digamos que se uniera a un candidato de izquierda o de la derecha tradicional. ¿Es seguro que sus partidarios seguirán ciegamente esa orden?

En las presidenciales, pesa más la identificación afectiva que la indicación partidaria. Y en la pugna presidencial actual, el votante no evaluará los programas técnicos sino los símbolos: ¿quién representa orden y honradez? ¿Quién garantiza seguridad? Estoy convencido que cualquier dilema ético reducirá la eficacia de las maquinarias políticas.

Pero las encuestas son alarmistas y engañosas. Ellas miden intenciones en un contexto de alta emotividad y polarización; registran preferencias que no siempre se traducen en votos cuando la campaña entra en su fase decisiva. Yo sé que, al publicar cifras, influyen en la percepción pública y deja una sensación de que todo está resuelto, cuando en realidad faltan algunas movilizaciones y decisiones de candidatos cruciales.

En Colombia, y el mundo, el discurso político se redujo a una dicotomía sentenciosa. Siempre hay un candidato que encarna un peligro. Y no es mentira. Quien minimiza delitos y justifica comportamientos indebidos suele ser el mismo que exalta la cultura del mínimo esfuerzo. Pero somos una democracia y ese mismo candidato, para algunos, representa justicia social, emancipación y ruptura con un establecimiento que excluye. Estos discursos son irreconciliables entre sí y terminan sosteniendo la lógica del “mal menor”. Quizás por eso el elector no busca afinidad perfecta, sino al candidato que le parece el “menos pior”.

Ya no sé cómo sentirme. Es complejo. Las cifras pueden variar por un escándalo, una declaración, un hecho de violencia o una promesa populista creíble. Pero la intensidad de la polarización hace que muchos votantes consoliden su postura sólo en la recta final, cuando la decisión se torna inaplazable. Eso pasó con Petro vs Rodolfo. Esa última decisión, el anhelo que implicaba la promesa de cambio y la esperanza de un pueblo, fue la que movió todo. El 2022 evidenció que las estructuras clientelistas logran poco frente a lo que se percibe como una confrontación ética.

La pregunta práctica es si deben asustarnos las encuestas. Yo digo que no. Lo peligroso es interpretar porcentajes como destino porque eso alimenta las inercias, desmoviliza a algunos y sobreactiva a otros. Peor aún es asumir que los respaldos de actores secundarios se traducen automáticamente en votos en una elección tan polarizada.

Lo que sí debe preocuparnos es la degradación del debate público. Cuando todo se reduce a demonizar al adversario, se pierde la posibilidad de deliberación racional; priman los apelativos sobre los argumentos. Ese deterioro democrático es más grave que una oscilación en las encuestas: erosiona la confianza entre ciudadanos y apaga la cultura cívica necesaria para convivir después de la elección.

Debemos recuperar la responsabilidad individual del voto y tomar la decisión con la perspectiva de largo plazo, no solo por reacción a titulares. También exigir a los líderes propuestas claras y compromisos verificables, evitando la teatralización que empobrece.

Las encuestas seguirán ocupando la imaginación política. Pero conviene recordar que son instrumentos, no oráculos. Colombia es un país dividido por percepciones morales irreconciliables y tenemos que aceptarlo. La verdadera batalla no es por las alianzas, sino por reconquistar espacios de razón y respeto que permitan, gane quien gane, volver a gobernar para todos.

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por Edgar Muñoz
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