Cuerdas “disonantes”
Resumen
La sociedad actual se asemeja a un instrumento desafinado: voces intensas defienden su verdad, pero la escucha se desvanece. El desafío no es gritar más fuerte, sino reaprender a escuchar para encontrar un ritmo común sin perder la diversidad.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
                            ¿En qué momento dejamos de escucharnos y empezamos a competir por quién suena más fuerte? Tal vez nuestra sociedad se parezca hoy a un instrumento que ha perdido la afinación. Cada grupo, cada voz, vibra con intensidad, defendiendo su verdad, su ritmo, su emoción. Las cuerdas disonantes son las que más se oyen: se expresan en las calles, en las redes, en los medios y en conversaciones cotidianas que se tensan fácilmente. Pero entre tanto ruido, la escucha parece desvanecerse.
Expresarse es un derecho y una conquista. La historia demuestra que muchos cambios sociales nacieron del valor de quienes alzaron la voz. Cada una de esas causas encontró su fuerza en la unión de muchas voces que no solo protestaban, sino que soñaban con transformar la realidad. Alzar la voz era un acto de esperanza, no de ruptura.
Hoy seguimos expresando inconformidad, pero algo ha cambiado. Protestamos, opinamos, publicamos, reaccionamos. A veces lo hacemos más para reafirmar nuestra “nota” que para escuchar la del otro. En una sociedad donde el ruido se ha vuelto constante, la protesta corre el riesgo de perder propósito y de diluirse en la inmediatez. El desafío no es gritar más fuerte, sino reaprender el arte de escuchar, incluso cuando la “melodía” no nos gusta.
Una sociedad diversa está hecha de cuerdas distintas, tensadas por historias, desigualdades y sueños que no coinciden. Esa disonancia no es un error: es el pulso vital de una comunidad viva. El reto no está en silenciar las diferencias, sino en aprender a convivir con ellas, a encontrar un ritmo común donde las tensiones puedan dialogar sin romper la armonía. Afinar no significa uniformar, sino resonar juntos sin perdernos.
La polarización nos hace creer que solo puede haber armonía cuando una nota domina a las demás. Pero la convivencia, como la música, exige atención, pausa y sensibilidad. No se trata de apagar las cuerdas disonantes, sino de integrarlas en una melodía más amplia, donde cada voz tenga un lugar.
Tal vez lo que más necesitamos hoy no sean más voces que griten, sino más oídos que escuchen. Más espacios donde la diferencia no se viva como amenaza, sino como posibilidad de una nueva armonía: esa que surge cuando las cuerdas, aún disonantes, deciden no romperse.
*María Ximena Mantilla Macias. www.fundacionparticipar.com