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Cuando la guerra sigue pagando mejor

Resumen

Las tensiones entre Irán e Israel han disparado los precios del petróleo, revelando cómo la guerra se convierte en un negocio lucrativo. En este ciclo geopolítico, las ganancias económicas prevalecen sobre la paz y la vida humana.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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Cuando la guerra sigue pagando mejor

Por: Jairo Rueda Otálvaro

¿Quién necesita paz cuando la guerra sigue pagando mejor? En menos de una semana, el mundo volvió a quedar suspendido de un hilo. Irán e Israel, dos potencias enfrentadas, encendieron las alarmas globales con una serie de ataques que mantuvieron al planeta entero en vilo. Estados Unidos, en su papel habitual de “interventor de última hora”, no apareció con diplomacia, sino con bombarderos. Y justo cuando todo parecía al borde del desastre, Donald Trump irrumpió con su anuncio estrella: alto el fuego.

Pero más allá de los discursos oficiales y las promesas de paz, hay otra historia que se oculta bajo la superficie. Una historia donde la guerra es negocio y la tensión geopolítica se convierte en una herramienta para mover los mercados. Porque mientras los misiles impactaban en territorio iraní, el precio del petróleo se disparaba y los inversionistas celebraban en silencio.

La secuencia fue casi perfecta. Estados Unidos bombardeó instalaciones nucleares iraníes. Irán respondió cerrando el estrecho de Ormuz, una arteria por donde transita casi un tercio del crudo mundial. Horas después, los precios del petróleo se dispararon. El Brent rozó los 79 dólares y el WTI se acercó a los 77. Cuando Trump anunció el cese de hostilidades, los precios retrocedieron levemente, pero el objetivo ya estaba cumplido: los mercados respiraron con alivio, y el petróleo volvió a cotizarse con fuerza.

Este guion no es nuevo. Lo hemos visto antes. La amenaza de guerra ha sido, históricamente, uno de los instrumentos más efectivos para encarecer el crudo. No importa cuántas vidas se pierdan en el proceso, lo esencial es que el barril vuelva a ser rentable. Y detrás de ese ciclo perverso hay intereses demasiado grandes como para ignorarlos.

La figura de Trump no es anecdótica. Su trayectoria empresarial ha estado marcada por el oportunismo y la ausencia de escrúpulos. Es un hombre que mide el mundo en función de sus ganancias, no de sus principios. Pensar que una escalada bélica puede tener beneficios económicos para ciertos sectores no es una teoría  conspirativa, es una posibilidad concreta. Y esta vez, parece haberse activado con una precisión quirúrgica.

Las consecuencias trascienden las fronteras de Medio Oriente. En países como Colombia, donde el petróleo es fuente de ingresos, pero también de vulnerabilidad, este tipo de movimientos internacionales tienen efectos inmediatos. Si bien el aumento del precio del crudo puede representar mayores ingresos fiscales, también implica gasolina más costosa, transporte más caro y una presión inflacionaria que afecta directamente al ciudadano común.

Además del impacto económico, hay un riesgo político que no podemos subestimar. En tiempos de tensiones globales, Colombia debe ser cautelosa y mantener una diplomacia autónoma y prudente. No podemos permitirnos ser arrastrados por la retórica de las grandes potencias, ni actuar como un reflejo de intereses ajenos. Este no es nuestro conflicto y por eso nuestra posición debe ser la de la neutralidad sensata. Apoyar la paz no significa respaldar a uno u otro bando, significa defender el derecho internacional y la vida por encima de cualquier cálculo geoestratégico.

El verdadero problema no está solo en el conflicto, sino en la lógica que lo sustenta. Mientras el mundo siga dependiendo del petróleo, seguirá siendo rehén de cada guerra, de cada bloqueo, de cada misil lanzado al otro lado del planeta. La transición energética, tan postergada en países como el nuestro, ya no es solo una necesidad ambiental. Es una cuestión de independencia, de estabilidad y de supervivencia económica.

La pregunta que debemos hacernos, como ciudadanos del mundo, es hasta cuándo permitiremos que la guerra siga siendo una herramienta del mercado. Cuántas veces más aceptaremos que la sangre se derrame para que las gráficas de Wall Street se tiñan de verde. Cuántas veces más dejaremos que unos pocos poderosos, desde la comodidad de sus oficinas, sigan manejando el destino de millones.

Porque mientras el precio del petróleo sube y los mercados se recuperan, miles de personas mueren, otras tantas huyen de sus hogares, y millones más enfrentan el encarecimiento de sus vidas cotidianas. Y todo para que algunos consorcios puedan balancear sus libros contables.

Hoy, más que nunca, hay que repetirlo sin miedo: ¿quién necesita paz cuando la guerra sigue pagando tan bien?

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