Compromiso para “desarmar la palabra” empañado por los egos
Resumen
El acuerdo impulsado por la Arquidiócesis de Bogotá busca moderar el lenguaje y condenar la violencia. Sin embargo, actitudes contradictorias de algunos líderes, como Ibáñez y Cepeda, evidencian la fragilidad de este compromiso necesario para el diálogo.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
La Curia de la Arquidiócesis de Bogotá acogió este martes un encuentro entre autoridades del Estado, convocado por la Conferencia Episcopal, con el propósito de llegar a puntos de encuentro y suscribir un acuerdo para rechazar la violencia y moderar el lenguaje de todos los actores públicos, en momentos críticos para el país.
El contexto global, nacional y local exhibe tensiones intensas y contradicciones profundas. La Iglesia asume aquí un papel de puente entre sectores políticos y sociedad civil, la iniciativa enmarcó una expectativa de diálogo sincero, respeto mutuo y rechazo del uso de la palabra como arma.
El texto del compromiso señala: “Nos comprometemos juntos e invitamos a todo el país a escucharnos, valorarnos y respetarnos en la hermandad; a desarmar y armonizar la palabra; y a rechazar todo tipo de violencia como forma de resolver los conflictos políticos y sociales”.
Esa redacción destaca la urgencia de sustituir discursos hostiles por reflexiones que favorezcan la convivencia. La expresión “desarmar la palabra” implica reemplazar agresión verbal por argumentos fundados y respeto por las ideas y posición del otro.
El retiro del Presidente de la Corte Constitucional, Jorge Enrique Ibáñez, y del Presidente del Senado, Efraín Cepeda, desvela la brecha entre mandato y práctica, entre intensión y acción.
Ambos abandonaron la mesa ante la imposibilidad de exhibir su poder. La decisión responde, según loque conocimos, a un despliegue de ego que choca con la lógica del encuentro convocado, esa actitud despectiva con el resto de integrantes de la mesa redonda, contradice el mensaje de fraternidad y ese gesto erosiona la credibilidad del compromiso.
La percepción ciudadana exige coherencia. Una declaración contra la violencia pierde fuerza si los protagonistas evitan confrontar su propio comportamiento. El sacrificio de la retórica no basta cuando no existe ruta clara para aplicar medidas concretas.
El acuerdo requiere instrumentos de seguimiento: definición de sanciones ante discurso agresivo y formación ciudadana orientada al respeto, porque, sin estructuras efectivas, la iniciativa corre el riesgo de quedar en ritual sin repercusión real.
La Iglesia mantiene autoridad moral, pero afronta límites cuando las tensiones políticas emergen. Su apuesta por diálogo demanda apoyo de instituciones capaces de trascender espacios simbólicos.
Ello implica compromiso de los llamados líderes para actuar con disciplina ética, tener coherencia entre las palabras y los actos, porque todo liderazgo ostenta legitimidad si antepone el ego al interés colectivo.
El acuerdo en la Curia resulta necesario. Su valor reside en el compromiso efectivo de moderar el lenguaje y condenar la violencia.
Sin embargo, la contradicción exhibida por Ibáñez y Cepeda pone en evidencia la fragilidad de esa promesa. Si no existe voluntad real de transformar dinámicas de poder y comunicación, el rechazo a la violencia permanecerá en un enunciado vacío.
La invitación final es a exigir actuaciones que correspondan al discurso, sólo así la confraternidad proclamada podrá convertirse en práctica y la palabra dejará de ser empleada como arma.