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Censura en universidades

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by Maura Samara Suárez

Desde que Donald Trump asumió la presidencia de los Estados Unidos, ha mantenido una confrontación constante con la Universidad de Harvard. A comienzos de este año, su gobierno le solicitó a la institución realizar cambios en la contratación, admisión y enseñanza para combatir el antisemitismo (odio hacia los judíos) en el campus. Esta solicitud surgió en el contexto del conflicto entre Israel y Palestina, especialmente por las protestas pro Palestina, e incluyó medidas como la eliminación de los programas de inclusión, la prohibición del uso de mascarillas en protestas, reformas en los procesos de admisión y la reducción del poder de docentes y administrativos que realizan activismo en el campus.

En un primer momento, Harvard adoptó medidas para revisar la manera en que se enseñaba el antisemitismo; sin embargo, Trump exigió acciones más drásticas. La universidad respondió que estos cambios debían ser parte de un esfuerzo por regular las “condiciones intelectuales” dentro del campus. Como represalia, el gobierno amenazó con revocar su exención de impuestos y congeló 2.200 millones de dólares destinados a investigación. Frente a esto, la universidad fue clara: no iba a renunciar a sus derechos constitucionales, como la libertad de cátedra, por las exigencias de un gobierno que pretende monopolizar la educación. "Ningún gobierno, independientemente del partido en el poder, debería dictar qué pueden enseñar las universidades privadas, a quiénes pueden admitir y contratar, y qué áreas de estudio pueden desarrollar".

Harvard no ha sido la única institución amenazada, pero al ser considerada la universidad más prestigiosa del mundo, se ha convertido en el blanco ejemplar de esta administración. Durante el mes de abril, el gobierno solicitó acceso a los registros de los 6.800 estudiantes internacionales del campus —casi una cuarta parte del alumnado—, incluida su participación en protestas. La universidad presentó los registros disciplinarios disponibles, aunque estos no contenían la información que solicitaba la Casa Blanca. Argumentaron que no entregarían más datos, pues hacerlo violaría los derechos de los estudiantes. Como represalia, el jueves 22 de mayo se revocó el derecho de Harvard a inscribir estudiantes extranjeros, obligándolos a trasladarse a otra institución o abandonar el país.

El Departamento de Seguridad Nacional afirmó que Harvard había creado un ambiente inseguro al permitir que “antiestadounidenses, agitadores y proterroristas” agredieran a estudiantes judíos. También acusaron a la universidad de confabular con el Partido Comunista Chino, al haber albergado en 2014 a miembros de un grupo paramilitar chino.

La realidad es que esto constituye un autosabotaje para Estados Unidos y demuestra lo desconectado que está el presidente de su país. Durante décadas, la gran ventaja competitiva de Estados Unidos ha sido su capacidad de atraer al mejor talento del mundo: científicos, ingenieros y genios que no solo llegaban a estudiar, sino a quedarse, innovar, construir, patentar, desarrollar vacunas, algoritmos e ideas. Su red de universidades ha sido un imán para este talento; cortar ese flujo es cerrar la válvula del futuro. Mientras Trump se encierra en su nacionalismo, países como Canadá, Francia y el Reino Unido le dan la bienvenida a ese talento que hoy está siendo expulsado.

Con esta jugada, Trump mata dos pájaros de un tiro: castiga a los migrantes y a las universidades. Pero la realidad es que un gobierno dictando qué deben enseñar las universidades nos remite a regímenes autoritarios que han cerrado, militarizado y enfrentado universidades con la excusa de “recuperar el orden”. Trump busca desprestigiar, amedrentar y castigar. Ha dicho que las universidades están “dominadas por la izquierda, adoctrinan a los jóvenes y producen enemigos del país”. Lo que hizo Donald Trump no es proteger a Estados Unidos: es empobrecerlo intelectual, moral y estratégicamente.

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por Maura Samara Suárez

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